Tal vez no nos hemos dado cuenta de la real importancia que tiene para el espíritu el momento del nacimiento así como la partida de este plano.
Sabemos que como almas viajeras sin tiempo ni espacio bajamos al planeta con el fin de perfeccionarnos en nuestro camino ascendente de Luz hacia la verdadera y única morada de Dios.
Cuando el alma decide volver a encarnar, y ese niño/a ingresa a la tierra, para sus padres como familiares es un momento de máxima alegría y emoción, por la llegada de ese Ser que viene a bendecir ese hogar, pero… ¿cuántos padres reverencian esa presencia como lo que verdaderamente es? Un Ser siguiendo su camino de evolución, buscando oportunidades de crecimiento y perfección… y nosotros como padres, ¿cómo lo ayudamos? Les damos educación y asistencia médica, ¿y en la parte espiritual qué hacemos? ¿lo conectamos al Mundo Angélico el cual recuerda perfectamente ya que aun conviven con Él? ¿Lo tratamos con la delicadeza y respeto que esa personita debe recibir? ¿o dejamos librado que su parte espiritual la va a elegir cuando crezca, exponiéndolo a que se distancie de ella?
Llegar y partir, dos caras de una misma moneda, tan importantes la una como la otra, ya que ambas conectan con el otro mundo, un mundo de almas que necesitan de todo nuestro amor y oración.
Sabemos que al partir y de acuerdo a la forma en que ésta sea, podemos reconocer que cruzamos el umbral o no. Nos decimos seres espirituales pero, ¿comprendemos o más bien practicamos la asistencia a aquellas almas que nos han antecedido en el camino de la vida?
El momento en que dejamos el cuerpo físico es un momento único de soledad intransferible, muchos son los relatos de personas que han vuelto del otro lado generalmente con una segunda oportunidad de dar testimonios, de enmendar algo, con algún don para ayudar, etc.
Pero luego de ese primer momento donde la luz nos envuelve, nos reciben los seres queridos y sentimos esa grandiosa paz descripta, llega la instancia de soledad álmica donde pasará como una película mi vida para que pueda reveer lo que he hecho, lo que hice bien, lo que dejé de hacer, lo que hice mal, a quién lastimé, a quién no perdoné, etc.
Las disciplinas de este tiempo que nos ayudan a perdonar conocen de este estadío, tan duro y tan necesario a la vez que en general toda alma atraviesa para su primer instante de purificación; se dice que para llegar a Dios, nuestro vestidito tiene que ser blanco puro el cual vamos purificando en cada paso de ascensión a los cielos superiores.
Ésta es la instancia más importante para que los que quedamos en la tierra ayudemos con nuestra oración a esa alma que parte, para ayudarla a que comprenda en dónde está, para ayudarla a que se perdone y perdone todos los pendientes que pueda tener en su haber de vida.
Hace tiempo atrás, cuando alguien fallecía se realizaba un velorio, refiriéndose antiguamente al lugar lleno de velas que inspiraban al alma del difunto a buscar la Luz de Dios. Hoy acorde a la escasez de tiempos ya no realizamos esta tan necesaria práctica que Lobsang Rampa define muy bien en su libro «El Cordón de plata», donde transmite que para el alma y sus sucesivas encarnaciones es muy importante respetar esas 72 horas sin cremar, ni sepultar aun donde el alma fija los acontecimientos de esa encarnación para poder reevaluarlos con la junta kármica en siguientes estadios evolutivos, donde además puede darse mejor cuenta de lo que le sucede, siempre acompañada de nuestras oraciones y puede llegar a pedir perdón a quien lo considere.
Por lo tanto es vital que comprendamos nuestra labor espiritual en el nacimiento y la muerte de nuestros seres queridos, seamos seres absolutamente responsables en esta tarea que ya casi nadie practica, que ya casi nadie acompaña desde ese lugar sagrado de almas en continua evolución, ya que a medida que comprendamos más estos conceptos vamos a desear que alguno de nuestro seres queridos lo hagan por nosotros en el momento de nuestra partida. Poder evaluar la vida con sus planos evolutivos, reconociendo que el cuerpo como vehículo físico es solo la carcaza que envuelve nuestra verdadera naturaleza de energía que experimenta la vida de la misma forma en que lo hace con un cuerpo.
La conciencia Es más allá del envoltorio, y como sentimos acá, sentimos en el otro lado, no den por sentado que porque «falleció», al instante ya está mejor. Hay una gran tarea que espera a esa alma y nuestra comprensión y oración por ella es lo único que la ayudará a elevar más rápidamente a otros cielos.
por Prof. Charo Rivaya