RELACIONES DE PAREJA

Algunas relaciones impiden el crecimiento, son nocivas para nuestro psiquismo y nos perjudican física y emocionalmente. Cuando examinamos de cerca nuestras relaciones algunas demuestran ser inestables e insustanciales en su núcleo.
Existen casos de alcohólicos, codependientes y adultos-niños que inician sus relaciones buscando un remedio para su malestar y eligiendo relaciones poco saludables, que en lugar de aliviar su sufrimiento lo aumenta.
En realidad, en este tipo de relaciones uno de los miembros desea recuperarse y hacerse cargo de sí mismo y el otro no tiene interés en que la situación cambie. En este punto se debe hacer una valoración honesta de nuestra relación de pareja; a menudo dos personas eligen vivir juntas sin compartir sus vidas y eso generalmente no funciona.
Para expresarlo más directamente: algunas relaciones necesitan terminar. Existen personas que se sienten muy contrariadas si su pareja elige confiar en sí misma y empezar a cambiar. A través de la apariencia que en su vida familiar o matrimonial todo es normal, han desarrollado un sistema de comentarios sutiles, indicaciones y castigos que tienen el objetivo de impedir que su pareja modifique su proceder o se exprese espontáneamente; en realidad sienten temor que el precario equilibrio de la pareja pueda venirse abajo y que la aparente estabilidad basada en la hipocresía y el control pueda derrumbarse.
Cuando uno de los miembros decide ponerse en tratamiento individual se lo tildará como egoísta, extravagante y desleal. Llegamos entonces a la conclusión que si los dos miembros de la pareja no están dispuestos a comprometerse a trabajar sobre los aspectos irresueltos de la misma, es necesario reconocer que es imposible moverse en dos direcciones a la vez, dado que esto provocaría una gran tensión interna siendo causante de complicaciones mayores.
Es importante determinar que si formamos parte de una relación «sana» nos movemos en la dirección de nuestro propio crecimiento y somos capaces de valorar si realmente se nos quiere o aprecia. Parafraseando a Leo Buscaglia: «La verdadera medida de una buena relación reside en cuánto favorece el crecimiento intelectual, emocional y espiritual«.
Si una relación se vuelve destructiva, pone en peligro nuestra dignidad humana, nos impide el crecimiento, nos conduce a la depresión y desmoralización (y hemos hecho todo lo posible para mantenerla), entonces… debemos terminar con ella. No estamos hechos para vivir con todas las personas, ni éstas con nosotros.
El tema sería entonces: si somos incapaces de estar con los demás, ¿somos al menos capaces de no herirles?

BUSCANDO PAREJA

Federico, 40 años, separado, sin hijos. Federico es médico. Conoce en una reunión de amigos a Susana, 36 años, soltera, es arquitecta. Al finalizar la reunión Federico acompaña a Susana a su casa. Se citan nuevamente.
Al día siguiente van a cenar, conversan y luego de algunas horas, finalizado el encuentro Federico acompaña a Susana hasta su casa. A ella le resulta agradable pero no le interesa repetir el encuentro, no obstante al despedirse le dice: Te llamo.
No fueron pocas las veces que Susana corrió en vano hacia el teléfono.

Esta breve historia puede reflejar el camino repetido de hombres y mujeres que no logran concretar una pareja. Enquistarse en la soledad y la frustración, quejarse constante y continuamente de las desdichas y tragedias que nos acosan y no hacer absolutamente nada para modificar aquellas situaciones que nos angustian es un camino seguro hacia la depresión, y este camino se recorre «a solas».
Algunos adultos sin pareja centran su vida en un único objetivo, si bien a veces pretenden disimularlo: encontrar pareja estable. El objetivo es bueno, saludable, pero si se convierte en el único centro de interés, el único objetivo central, principal e importante, será muy pesado de sobrellevar.
Cambiar el enfoque de los problemas (o sea modificar nuestra manera de pensar) permitiría dejar de lado la forma en que inicialmente se observa una situación y adoptar un nuevo punto de vista. Buscar en nosotros mismos nuevos enfoques para viejos problemas con la suficiente sinceridad como para que esos enfoques sean genuinos y no meros maquillajes nos permitirá sentirnos mejor, lo que sin dudas implicará relacionarnos mejor con los demás.


Imaginemos por un instante, a una persona ya sea en su trabajo, en el club, en el autobus, en el supermercado, etc., en todo momento y lugar estando pendiente de encontrar «al hombre o la mujer de su vida».
Los niveles de frustración suben muchísimo cuando se permanece todo el tiempo pendiente de quién entra, sale, aparece o llama por teléfono. Si en cambio se concreta un sinceramiento con uno mismo aceptando la propia situación vital, sin conformismo ni desvalorización, sino con una buena cuota de predisposición para aprender a convivir con la propia intimidad, se enriquecerá esta etapa a tal punto de saber qué le falta y saber también con qué cuenta. Pudiendo disfrutar libremente de su ocio, abandonando esa necesidad casi compulsiva de buscar permanentemente compañía.
Lo valioso es poner atención primero en cultivar la vida de uno mismo, para luego encontrarse en la vida con un «otro», que sea para compartir, no para llenar un vacío.

por Lic. Teresa Gonzalez

DECIDÁMONOS A CAMBIAR

Lo que sigue es una breve introducción del libro que una ex paciente mía está escribiendo. Un libro en el que relata su experiencia amorosa y el tratamiento que realizó conmigo. Me ha dado autorización para reproducirla:

«No fui feliz con mi pareja. A sólo seis meses de vivir juntos comencé a sospechar que lo nuestro no tendría destino. Sin embargo insistí. Me pareció, cuando nos conocimos, que ese hombre sería el amor de mi vida. La pasión nos quemaba, nuestros corazones ardían, nos buscábamos permanentemente las bocas, el sexo. ¡Y yo lo encontraba bello, tan apuesto, tan seguro de sí! Sin embargo hubo cosas en él que comenzaron a chocarme: su afán por estar con sus amigos, su manera de dilapidar lo poco que ganaba, su desorden y desaseo. Un día le dije: disculpame, pero hay cosas que no me gustan de vos; tenés que cambiar, así no te quiero. Soy como soy, me contestó, y vos también tenés muchas cosas que no me gustan. Cambiá vos, primero, si querés seguir conmigo».
«No nos animamos a romper. ¡Cinco años vivimos juntos en medio de discusiones cada vez más violentas, incompatibilidades, recelos! Tiene que cambiar. ¡Tengo que hacerlo cambiar!, me repetía a mí misma. Hasta que en un momento de mi tratamiento se hizo la luz. Dejé de exigirle a él lo que debía exigirme a mí; ¡quien debía cambiar era yo!, al margen de lo que él quisiera seguir haciendo con su vida. ¿Estaba satisfecha con mi vida? ¡No!… Comencé a pensar en mi futuro, en mi carácter, mis deseos, mis ambiciones. No fue de un día para el otro. Pero cambié. Cambié yo. Y cuando cambié, pude dejarlo y terminar con esa relación tan nefasta».

Retengamos la última y tan importante frase de esta confesión; reflexiona sobre ella, seas mujer u hombre, pues para el caso es lo mismo.
Muchas personas gastan sus energías en un esfuerzo inútil por hacer cambiar al otro, cuando -para poder ser felices- el primer paso que deben dar es el de cambiar ellas mismas. Si lo logran, lo demás vendrá en consecuencia. Ese esfuerzo desgastante que ponemos para manipular al otro dirijámoslo hacia nosotros. Por supuesto que nos exigirá mucha energía, pero en este caso el esfuerzo no será desgastante sino revitalizador.
Sufres, pero ¿cuál es tu actitud? ¿Hacerte cargo de tus fallas, carencias y necesidades insatisfechas, o tratar de cambiar al otro? ¿Y si el otro cambiara, acabarían por eso, y como por arte de magia, tus propios conflictos? Las parejas que ponen en el otro la responsabilidad de lo que les sucede, terminan siempre mal. Lo hacen por debilidad, por temor a asumirse, por dejar que los demás decidan por ellas, por la fantasía de que el otro pueda hacerlas cambiar sin ningún esfuerzo o dolor.

¿Es la tuya una vida satisfactoria?

Percibís que estás muy lejos de alcanzar una vida satisfactoria, más plena. ¿Estás decidida a cambiar? Obsérvate atentamente: se vive en plenitud cuando tenemos objetivos positivos y la firmeza de concretarlos. Cada uno de nosotros es único en el mundo, y cuanta más certeza tengamos de cómo somos y qué deseamos, el reconocimiento de esa individualidad hará que nos sintamos aptos para encarar cualquier proyecto de vida. ¿Confiás en tus valores? ¿O necesitás que te guíen, que te sostengan, que te ordenen? Al realizarte en el mundo con hechos y planes que te satisfagan, harás que la tuya no sea una existencia vacía. No habrá huecos que buscarás llenar con la presencia del otro. Al contrario; cuando te enamores tu elección recaerá naturalmente en alguien como vos, alguien bien estructurado, que no te buscará porque le urge salir de su vacío existencial sino porque quiere compartir y crecer. Alguien a quien no necesitarás pedir que cambie y que a su vez no exigirá que cambies vos.
Admitamos sin embargo que podrías equivocarte (todos nos equivocamos) y enamorarte por error. En ese caso, por vivir vos una vida de realizaciones, y no por necesitar un bastón donde apoyarte, no tardarás demasiado en advertirlo y en abandonar enseguida esa relación.

Guía para una vida plena y un amor más completo

Reflexionemos sobre nuestra situación y encaremos esas preguntas que a veces nos resultan difíciles de enfrentar. Preguntas y reflexiones como las que siguen, por ejemplo:

  • El esfuerzo, ya lo dijimos, debe centrarse en uno mismo. Es menester sincerarse y, con respecto al amor, reconocer si no estamos manteniendo una mala relación de pareja. Hemos hablado en otra oportunidad del amor adictivo, ese supuesto amor en el que las parejas quedan adheridas sin poder romper pese al daño que se hacen; una verdadera adicción. Si ese fuera tu caso, ¿por qué no la abandonas? ¿Será por miedo a la soledad? ¿Por creer que nadie te va a querer? Si la mala relación se mantiene y no le ponés fin, será necesario recurrir a un especialista, pues es posible que sin la ayuda de un profesional especializado no consigas avanzar.
  • Pregúntate: ¿Dónde coloco mis energías? ¿En tratar de cambiar a mi pareja o en realizarme yo como ser humano? ¿Creo que si el otro cambia yo también cambiaré y solucionaré todos mis problemas?
  • ¿Llevo una vida plena y satisfactoria, estoy conforme con lo que hago, me siento feliz como soy? ¿Tengo planes que me ayudarían a mejorar y voluntad para concretarlos?
  • ¿Creo que lo mío no tiene remedio y que nadie me podría ayudar?
  • ¿Cuánto afecta mi vida esa mala relación de pareja que no me animo a romper? ¿Siento que sería más feliz si lo hiciera? ¿Por qué?
  • ¿Qué cosas concretas debería realizar para mejorar mi situación?
  • ¿Si tuviera una vida grata y dichosa, elegiría mejor al enamorarme?

Has reflexionado; te has hecho esta serie de preguntas y has tratado de responderlas. Ahora podrás decir con más certeza si llevás una vida plena o una vida de insatisfacciones, si sos capaz o no de lograr un amor bueno y recíproco. Sólo vos conocés las respuestas; la conclusión y el esfuerzo por mejorar si lo necesitás, quedan en tus manos.

por Lic. Teresa Gonzalez

CULPAS COMPARTIDAS
PELEAS Y SOMETIMIENTO

Pido a uno de mis pacientes que describa la personalidad de su pareja (su esposa, en este caso), con quien mantiene una relación conflictiva:

– Bueno… ella es de esas personas que siempre está echándose la culpa por todo. Creo que es porque proviene de una familia muy represora, donde sus padres se llevaban mal y se peleaban continuamente. Además, siempre me está preguntando si la quiero; es como si se deprimiera porque no la mimo continuamente o porque me ocupo de mis cosas. Creo que se cree mala, como si estuviera permanentemente en falta. Le cuesta mucho tomar decisiones, porque es de las que creen que todo va a salirle mal. ¡Si hasta piensa que nadie la quiere, que no es capaz de que la estimen!
Lo interrumpo y le pregunto:
– ¿Está seguro de que está describiendo a su pareja? ¿O está describiéndose a sí mismo?

Mi paciente se detiene, reflexiona unos momentos, me mira con desconfianza. Cuando le recuerdo algunas confesiones que me hizo en otras sesiones y algunos de los ejemplos que me relató, admite mi observación; reconoce que lo que está diciendo de su pareja son cosas que le ocurren también a él.
A mi paciente le molestan ciertas actitudes de su esposa, lo ponen mal y le hacen montar en cólera, originando discusiones y hasta duras peleas. Pero no logra tomar conciencia de cómo su carácter y hasta su personalidad tienen puntos de contacto con los de ella. él reprocha a su mujer por las cosas que ella hace y por las reacciones que tiene; no se da cuenta de que a quien más está reprochando es a sí mismo.
Sí: mi paciente está muy enojado consigo mismo, pero le cuesta admitirlo. Y con tal de no ver sus propios conflictos, lo que le obligaría a tratar de cambiar y de enfrentar decisiones que por el momento no se anima, se descarga en el otro, responsabilizándolo de todo y, por supuesto, escudándose en él.
Es imposible que una relación de dos personas pueda ser responsabilidad de una sola. Pero cuando dos personas no se entienden y se llevan mal, no sólo hay que tratar de averiguar en qué disienten, sino en que se parecen. Pues conocer a tiempo cuándo y cómo una pareja participa conjuntamente y sin darse cuenta en las mismas actitudes negativas, ayuda al menos para evitar reproches y acusaciones hirientes.
éstos no sólo causan dolor al que los recibe sino a quien los comete, provocando culpa y depresión. Y cuando las discusiones se generan sin que ninguna de las partes tenga conciencia de que en el fondo se están condenando a sí mismas, surgen las peleas violentas. Son peleas a las que no podrán ponerle un corte definitivo y que reiterarán periódicamente. Es como si discutieran con el espejo, pero creyendo que la imagen que tienen adelante no es la suya propia sino la de su pareja. El uno se disgusta con el otro por lo que tienen de parecido. Y así quedan fijados en conflictos que se repetirán hasta el infinito. No arriban a un acuerdo armonioso porque no discriminan qué parte le corresponde a cada cual.
Se infiere entonces que no siempre de las discusiones nace la luz, al contrario, especialmente en casos como los que describo. Lo que sí generan es una mayor dependencia, la que desemboca en sometimiento. Dependencia y sometimiento recíprocos. A veces las apariencias pueden engañarnos. Y no siempre las coincidencias negativas de una pareja se manifiestan con tanta claridad.
Imaginemos el siguiente caso, y supongamos que debemos tomar una decisión que nos atemoriza. Queremos pedir aumento de sueldo, por ejemplo, pero tenemos miedo de hacerlo, no nos animamos. ¿Cómo podría reaccionar nuestra pareja? Aunque no sospeche la causa, o apenas la intuya, es casi seguro que se volverá más imperativa, rígida, compulsiva y autoritaria para obligarnos a actuar, cuanto más miedo llegaría a tener ella si debiera enfrentar una situación similar a la nuestra. Y esta reacción es común entre personas que mantienen una relación que no funciona bien.

Puntos de contacto

La lógica y la razón indican que si una relación es mala y nos perjudica, lo sensato es terminar con ella. Sin embargo el nudo se vuelve a veces tan difícil de desatar que es imposible romperlo. Es más: las parejas conflictivas también se necesitan, aunque más no sea para seguir sufriendo y atacándose.
La culpa, el miedo a la soledad y la tranquilidad aparente que otorga el descargar las responsabilidades en el otro son elementos más que suficientes como para mantenerlos juntos («juntos» pero no unidos) a veces hasta el final de sus días. Y la relación se degrada hasta tal punto en que uno no puede vivir sin los conflictos del otro. ¿Acaso, sin necesidad de ser psicólogos, todos no hemos sido testigos alguna vez de esas violentas discusiones que matrimonios de ancianos son capaces de sostener aun en plena calle, repitiéndose las mismas amenazas y los mismos reproches de tantas décadas atrás?
El nivel máximo de dependencia y sometimiento al que puede llegar una pareja es en las denominadas Relaciones Adictivas, tema del que ya hablamos en oportunidades anteriores y sobre el que volveremos en próximos artículos. Relación Adictiva es aquella en que las parejas se unen para hacerse daño, pero que no pueden romper ya sea principalmente por temor, culpa, debilidad o falta de autoestima.
El primer paso que debe dar una pareja que mantiene una dependencia y un sometimiento recíprocos, es tratar de discriminar cuáles son las actitudes negativas que comparten. Empezarán por comprenderse mejor y dejarán de odiarse. Es posible también que reviertan esa disfuncionalidad y terminen en verdadero amor, pero si descubren que irremisiblemente no se aman, estarán en mejores condiciones como para acordar la separación sin ofenderse o lastimarse.
No pretendo ofrecer una lista completa de los rasgos que caracterizan a las personas que tienen propensión a establecer una relación dependiente y sometida, existen matices y es imposible abarcarlos. Expongo, sin embargo, algunas (muy pocas) de las características más salientes:

  • Ignorar sus propios conflictos psicológicos y asegurar que no tiene ninguno
  • Mantenerse siempre ocupado para no mirar a su alrededor
  • Vigilar obsesivamente a su pareja
  • Somatizar y contraer muchas enfermedades
  • Sentir que sus padres no lo quisieron
  • Enamorarse de quien nunca lo amará
  • Amenazar con frecuencia a su pareja
  • Fantasear con otra persona mientras mantiene relaciones sexuales con su pareja
  • Excitarse sexualmente después de una pelea violenta
  • Creerse incapaz de autoabastecerse económicamente en caso de separación
  • Creer que no soportará el verse solo.
MUJERES ADICTAS

Las mujeres que son adictas a relaciones nocivas, se desesperan por el consuelo que parece prometer la relación con un hombre; al no quererse a sí mismas, necesitan reafirmar que son dignas de ser amadas a partir de esa relación. Lamentablemente, esto funciona como una sustancia adictiva para alejar el dolor, pero es sólo una solución transitoria, dado que se buscará nuevamente otra relación tratando de encontrar una salida a la desdicha y el dolor.
A continuación, un breve test de adicción a las relaciones con personas:

1. ¿Me he preguntado alguna vez por qué sostengo esta relación?

2. ¿Tengo «facilidad» para relacionarme con personas inadecuadas?

3. Una vez concluida una relación inadecuada, ¿repito en una siguiente el mismo estilo de relación?

4. ¿Tiendo a hacerme cargo de los problemas del otro como si fueran propios?

5. ¿Pienso que la fuerza de mis sentimientos resolvería los inconvenientes de la relación?

6. ¿Tengo frecuentemente sentimientos de culpa por los problemas que se suscitan?

7. ¿Dudo en expresarme libremente por temor a la reacción del otro?

8. ¿Tiendo a involucrarme en relaciones que son de efectos dañinos progresivos?

9. ¿Siento una sensación de excitación cuando encuentro una nueva persona a la que considero ideal?

10. ¿Pido ayuda por mis problemas, pero luego no la llevo a cabo en mis acciones?

11. ¿Creo que mi vida no tendría sentido si no tuviera algún tipo de relación?

12. ¿Siento que los momentos de estar bien son cada vez más espaciados?

Resultados:

  • Cero respuestas afirmativas: No existe ninguna dificultad.
  • De 1 a 5: Necesitará estar atenta, pero puede retroceder.
  • Hasta 9: Consulte con un profesional especializado.

 

por Lic. Teresa Gonzalez

La difícil decisión de tener que decir adiós

Escuchemos la confesión de uno de mis pacientes. Es útil conocerla porque es otro ejemplo que nos demuestra lo difícil que es a veces terminar con una relación sentimental por más nociva que ésta sea:

«No estaba seguro de si debía cortar con mi pareja o no. Por momentos me parecía que la relación era insostenible, por momentos me hacía la ilusión de que todo podía cambiar. Ahora advierto que esperé demasiado tiempo. Reconozco dos cosas: que no me animaba a romper pero, principalmente, que me faltaba seguridad. Viví muchos años con ella, haciéndome la misma pregunta: ¿se justifica que la deje; es tiempo de que ya lo haga? ¿No será mejor esperar? Ahora que mi situación cambió para bien gracias a que me decidí a abandonarla, vuelvo sobre el pasado y a veces me reprocho por haber esperado tanto. Finalmente acepto aquellos titubeos: eran el resultado de mis ingenuas esperanzas y de mi debilidad psicológica, y porque todavía no había logrado afirmar la fortaleza que tengo hoy.»

Cuando este paciente vino a mi consultorio para pedirme ayuda, estaba realmente deprimido y desorientado. La angustia que le provocaba persistir con una relación desdichada se sumaba a la angustia que le producía terminar con ella. Algunos meses de tratamiento y apoyo fueron suficientes en principio para que empezara por sentirse más fortalecido y con mayor confianza en sí mismo. Como consecuencia de ello, y algún tiempo después, pudo ver con más claridad cuál era el mejor camino. Finalmente logró decidirse y cortó.
Mi paciente pudo lograrlo gracias a los cambios que imprimió a su vida. Pues sucede que si necesitamos modificar una situación externa a nosotros, jamás lo lograremos si no nos animamos a cambiar internamente. él no podía cortar porque se resistía a modificar las cosas: le resultaba más cómodo, más tranquilizador, dejar todo como estaba. Fundamentalmente su propia vida. Desdichadamente esa tranquilidad y comodidad eran aparentes, sólo le servían para negarse a cambiar. Porque cambiar también produce temor.
Cambiar, para él, significaba pasar a una vida más digna y feliz, significaba mejorar. Y el pretender mejorar puede producir culpa.
Quizá cueste aceptar que la sola idea de mejorar pueda culpabilizar a alguien hasta dejarlo inmovilizado. No resulta tan incomprensible si aceptamos que mejorar significa cambiar, y que cambiar implica abandonar muchas cosas, por ejemplo el pasado.
Y existe otro componente: hay gente que no se cree merecedora de ser feliz. Ya sea porque está rodeado de personas a las que ve sufrir y con las que se identifica sin lograr diferenciarse de ellas, o porque crea que siendo feliz perjudicará a los demás.

Guía para orientarnos mejor
La relación de pareja exige un trabajo permanente para cuidarla y protegerla; aun cuando haya verdadero amor entre dos personas. Eso que se dice muchas veces acerca de que se necesita comprensión y tolerancia, es una gran verdad. Comprensión y tolerancia para entenderse y sostenerse mutuamente, para poder ayudarse. Cosa muy distinta es tratar de hacer perdurable una relación dañina y sin futuro.
Ahora bien: cuando alguien está por tomar una decisión determinada, y cree que esa será la mejor y más beneficiosa, es porque ha llegado a ciertas conclusiones que así se lo certifican. Las decisiones en el campo del amor, al estar teñida por afectos tan fuertes y pasiones tan profundas, no siempre pueden ser analizadas con frialdad y certeza. Por eso me parece útil exponer algunos ejemplos que permiten advertir cuál puede ser nuestra situación y qué conviene tener presente cuando alguien considera que debe terminar con su pareja:

  • Advertir oportunamente que la relación empeora o se estanca para mal:cuanto más se insista en mantenerla y más tiempo se la intente hacer perdurar, más se afirmarán sus defectos, peores serán las consecuencias y más fuertes se volverán las ataduras.
  • Saber cortar en el momento justo significa algo importantísimo: que realmente hemos recuperado o fortalecido la autoestima.
  • Estar convencido de lo siguiente: que pese a la tristeza y nostalgia que temporariamente sintamos por lo que dejamos atrás, estamos haciendo lo mejor, no sólo para uno sino para la persona con quien cortamos.
  • Tener la certeza de que cortamos para no repetir: ello implica reconocer que estuvimos viviendo equivocados, que la vida nos ha enseñado cosas y que la deuda que tenemos es principalmente con nosotros mismos, como es la de superar limitaciones, defectos y errores.
  • No cerrarse a los clamores de la voz interior: con mayor o menor claridad, los integrantes de una pareja saben, aunque no lo confiesen a los demás, si esa relación es buena, mala o regular. El temor que nos puede producir la sola idea de separarnos, ya sea porque nos asusta el quedarnos solos o porque suponemos que podríamos producir un daño irreparable a nosotros mismos o a nuestra pareja, hace que muchas veces no queramos aceptar lo evidente. Ya no se trata entonces de confesárselo o no a los demás; es a nosotros mismos a quienes pretendemos ocultar los hechos. Y así, la desdicha y nuestra desazón aumentarán y el encierro será cada vez mayor.
  • No estirar las cosas; decir adiós a tiempo: si pudiéramos evitar que nuestra pésima relación de pareja se incremente hasta volverse irreversible y desgraciada, ¡cuánto haríamos a favor de nuestra salud! ¡cuántos dramas evitaríamos para nosotros y para los demás! 

Reflexionar sobre las causas que pudieron hacer fracasar la relación:

a veces nos enamoramos y no sabemos por qué. Alguien nos hace «perder la cabeza» y, enceguecidos, nos entregamos de cuerpo y alma a esa persona. Son muchos los factores que intervienen en un enamoramiento, pero habrá que preguntarse si lo nuestro fue enamorarnos de un ser humano o de un «prototipo». El tono de voz, un color de ojos, la manera de caminar o de sonreír, ciertas posturas estereotipadas, un simple corte de cabello, pueden ser los desencadenantes que estimulan esa clase de enamoramiento explosivo. Se debe a que hay características que asociamos con las de alguien que en el ayer fue muy importante para nosotros y por quien llegamos a sentir fuerte atracción, aun sin darnos cuenta del todo y sin que hoy siquiera lo tengamos presente. Esos «prototipos» se alojan en nuestra mente y quedan fijados. No siempre tomamos conciencia de esa permanencia. Pero al enamorarnos de una imagen, de un pasado, por decirlo así, estamos hipotecando nuestro corazón al servicio de una fantasía.

Y las fantasías, cuando las tomamos por realidad, no conducen a un buen final.

por Lic. Teresa Gonzalez

Lo que sigue es una breve introducción del libro que una ex paciente mía está escribiendo. Un libro en el que relata su experiencia amorosa y el tratamiento que realizó conmigo. Me ha dado autorización para reproducirla:

«No fui feliz con mi pareja. A sólo seis meses de vivir juntos comencé a sospechar que lo nuestro no tendría destino. Sin embargo insistí. Me pareció, cuando nos conocimos, que ese hombre sería el amor de mi vida. La pasión nos quemaba, nuestros corazones ardían, nos buscábamos permanentemente las bocas, el sexo. ¡Y yo lo encontraba bello, tan apuesto, tan seguro de sí! Sin embargo hubo cosas en él que comenzaron a chocarme: su afán por estar con sus amigos, su manera de dilapidar lo poco que ganaba, su desorden y desaseo. Un día le dije: disculpame, pero hay cosas que no me gustan de vos; tenés que cambiar, así no te quiero. Soy como soy, me contestó, y vos también tenés muchas cosas que no me gustan. Cambiá vos, primero, si querés seguir conmigo».
«No nos animamos a romper. ¡Cinco años vivimos juntos en medio de discusiones cada vez más violentas, incompatibilidades, recelos! Tiene que cambiar. ¡Tengo que hacerlo cambiar!, me repetía a mí misma. Hasta que en un momento de mi tratamiento se hizo la luz. Dejé de exigirle a él lo que debía exigirme a mí; ¡quien debía cambiar era yo!, al margen de lo que él quisiera seguir haciendo con su vida. ¿Estaba satisfecha con mi vida? ¡No!… Comencé a pensar en mi futuro, en mi carácter, mis deseos, mis ambiciones. No fue de un día para el otro. Pero cambié. Cambié yo. Y cuando cambié, pude dejarlo y terminar con esa relación tan nefasta».

Retengamos la última y tan importante frase de esta confesión; reflexiona sobre ella, seas mujer u hombre, pues para el caso es lo mismo.
Muchas personas gastan sus energías en un esfuerzo inútil por hacer cambiar al otro, cuando -para poder ser felices- el primer paso que deben dar es el de cambiar ellas mismas. Si lo logran, lo demás vendrá en consecuencia. Ese esfuerzo desgastante que ponemos para manipular al otro dirijámoslo hacia nosotros. Por supuesto que nos exigirá mucha energía, pero en este caso el esfuerzo no será desgastante sino revitalizador.
Sufres, pero ¿cuál es tu actitud? ¿Hacerte cargo de tus fallas, carencias y necesidades insatisfechas, o tratar de cambiar al otro? ¿Y si el otro cambiara, acabarían por eso, y como por arte de magia, tus propios conflictos? Las parejas que ponen en el otro la responsabilidad de lo que les sucede, terminan siempre mal. Lo hacen por debilidad, por temor a asumirse, por dejar que los demás decidan por ellas, por la fantasía de que el otro pueda hacerlas cambiar sin ningún esfuerzo o dolor.

¿Es la tuya una vida satisfactoria?

Percibís que estás muy lejos de alcanzar una vida satisfactoria, más plena. ¿Estás decidida a cambiar? Obsérvate atentamente: se vive en plenitud cuando tenemos objetivos positivos y la firmeza de concretarlos. Cada uno de nosotros es único en el mundo, y cuanta más certeza tengamos de cómo somos y qué deseamos, el reconocimiento de esa individualidad hará que nos sintamos aptos para encarar cualquier proyecto de vida. ¿Confiás en tus valores? ¿O necesitás que te guíen, que te sostengan, que te ordenen? Al realizarte en el mundo con hechos y planes que te satisfagan, harás que la tuya no sea una existencia vacía. No habrá huecos que buscarás llenar con la presencia del otro. Al contrario; cuando te enamores tu elección recaerá naturalmente en alguien como vos, alguien bien estructurado, que no te buscará porque le urge salir de su vacío existencial sino porque quiere compartir y crecer. Alguien a quien no necesitarás pedir que cambie y que a su vez no exigirá que cambies vos.
Admitamos sin embargo que podrías equivocarte (todos nos equivocamos) y enamorarte por error. En ese caso, por vivir vos una vida de realizaciones, y no por necesitar un bastón donde apoyarte, no tardarás demasiado en advertirlo y en abandonar enseguida esa relación.

Guía para una vida plena y un amor más completo

Reflexionemos sobre nuestra situación y encaremos esas preguntas que a veces nos resultan difíciles de enfrentar. Preguntas y reflexiones como las que siguen, por ejemplo:

  • El esfuerzo, ya lo dijimos, debe centrarse en uno mismo. Es menester sincerarse y, con respecto al amor, reconocer si no estamos manteniendo una mala relación de pareja. Hemos hablado en otra oportunidad del amor adictivo, ese supuesto amor en el que las parejas quedan adheridas sin poder romper pese al daño que se hacen; una verdadera adicción. Si ese fuera tu caso, ¿por qué no la abandonas? ¿Será por miedo a la soledad? ¿Por creer que nadie te va a querer? Si la mala relación se mantiene y no le ponés fin, será necesario recurrir a un especialista, pues es posible que sin la ayuda de un profesional especializado no consigas avanzar.
  • Pregúntate: ¿Dónde coloco mis energías? ¿En tratar de cambiar a mi pareja o en realizarme yo como ser humano? ¿Creo que si el otro cambia yo también cambiaré y solucionaré todos mis problemas?
  • ¿Llevo una vida plena y satisfactoria, estoy conforme con lo que hago, me siento feliz como soy? ¿Tengo planes que me ayudarían a mejorar y voluntad para concretarlos?
  • ¿Creo que lo mío no tiene remedio y que nadie me podría ayudar?
  • ¿Cuánto afecta mi vida esa mala relación de pareja que no me animo a romper? ¿Siento que sería más feliz si lo hiciera? ¿Por qué?
  • ¿Qué cosas concretas debería realizar para mejorar mi situación?
  • ¿Si tuviera una vida grata y dichosa, elegiría mejor al enamorarme?

Has reflexionado; te has hecho esta serie de preguntas y has tratado de responderlas. Ahora podrás decir con más certeza si llevás una vida plena o una vida de insatisfacciones, si sos capaz o no de lograr un amor bueno y recíproco. Sólo vos conocés las respuestas; la conclusión y el esfuerzo por mejorar si lo necesitás, quedan en tus manos.

por Lic. Teresa Gonzalez

El gran tema del amor humano abarca varias etapas, el encuentro, que si supera los riesgos del enamoramiento puede transformarse en amor y proyectar un futuro en común. Una vez consolidada la relación en una pareja estable se enfrentan con el desafío de evolucionar juntos sin caer en la rutina y superar las crisis sin terminar en la separación.
El encuentro es ese mágico instante en que se intuye que estamos frente a otro significativo en nuestra vida, más allá de que esa relación pueda o no consolidarse, si es un encuentro esencial queda grabado en nuestro corazón.
Si buscamos en nuestra memoria podemos rescatar ese instante, que puede o no coincidir con el comienzo del vínculo. No es raro que en ese momento se pueda captar el sentido global de esa relación, y a veces, intuir las posibilidades futuras.
Según un antiguo mito griego en tiempos remotos los seres humanos eran seres dobles, hombre-mujer, tan hermosos y poderosos que se atrevieron a desafiar a Zeus. El rey del Olimpo los dividió en dos con su rayo y desde entonces los seres humanos divididos en hombre y mujer buscan a la parte que le falta para recuperar la completud. A veces creen encontrar su “otra mitad”, pero se engañan y decepcionan porque el ajuste es imperfecto. Si logran el encuentro con su “otra parte” corren un riesgo aún mayor, entrar en el estado de fascinación, y como la fusión total es ya imposible, pierden libertad y autonomía.
El encuentro está casi siempre signado por el enamoramiento, que se caracteriza por idealizar el amado, al que proyectamos la imagen que cumple con nuestras necesidades y deseos. El enamoramiento es una etapa transitoria, de prueba y desafío que termina en decepción si no se puede aceptar al otro como ser real, no ideal, y amarlo como tal.
Sin embargo el enamorarse implica amar en el otro algo que uno busca y necesita en uno mismo. Por eso es común enamorarse de alguien muy diferente, casi opuesto, o bien muy semejante a uno mismo.
La experiencia del encuentro es muy diferente si se produce desde los aspectos más superficiales de la personalidad o desde lo más esencial o central de nuestro ser. Un encuentro no esencial es fácil de distinguir porque la persona nos conviene, nos interesa, nos atrae, pero no la sentimos como esencial y única en nuestra vida, y hasta podría ser remplazada por otra con características similares.
En un encuentro esencial sabemos que el otro es único, irremplazable, especial, no puede ser sustituido, es un encuentro desde el alma, que nos abre el corazón y nos transforma más allá de las limitaciones o lo inconvenientes para concreción del vínculo.
El encuentro esencial abre una posibilidad de cambio interior, de revolución interna, y puede llegar a la experiencia de la pasión cuando la intensidad de la fusión y los obstáculos, externos e internos, mantienen un máximo de tensión que involucra la totalidad del ser. La pasión, capítulo aparte, supone poner al otro en el lugar del todo, de alguna manera se conecta con la experiencia mística, ofrece una posibilidad de transmutación pero es muy difícil incluirla en lo cotidiano y que termine en una relación estable.
Es posible amar con profundidad y compromiso y sin embargo que se produzca un encuentro amoroso con otra persona. Si uno ama a uno y se enamora de otro esto implica, desde ya, cierta insatisfacción en el vínculo estable, pero no necesariamente falta de amor. Las parejas estables que pueden superar esta crisis y hacer un replanteo y una reelección salen fortalecidas de esta prueba. Pero es necesario comprender que se está buscando fuera, y contar con una base sólida de comprensión y honestidad.
En síntesis, todo encuentro de amor verdadero, esencial, nos enfrenta a la posibilidad de conocer más profundamente aspectos ignorados o anhelados de nuestro ser total. El instante del encuentro es valioso en sí mismo, más allá de que perdure y se concrete en una relación estable. Los cuentos de hadas, y muchas telenovelas, terminan en el encuentro: “y vivieron felices comiendo perdices”. Pero después del encuentro, después de sentir que “lo conocía desde siempre”, viene el desafío de conocerse día a día y ver si hay espacio para el futuro en común.

por Lic. Alba de Cabobianco

Cuando una pareja rompe su relación no lo hace generalmente sin dolor. Cualquier rompimiento implica abandonar cosas de nuestra vida, dejar atrás un pasado y reconocer alguna clase de equivocación por parte nuestra. Es inevitable, incluso, sentir cierta sensación de fracaso y hasta de desolación. Me refiero, por supuesto, a esas parejas que llevan algún tiempo juntas; no hablo de esas relaciones del momento, pasajeras y circunstanciales, aunque en esos casos también puede sobrevenir el sufrimiento y la frustración.
Creer que una ruptura amorosa se concreta fácilmente es una ilusión. Siempre hay un desgarramiento, por eso cuesta tanto concretarla y por eso, aunque esto no se dé por igual en ambos miembros de la pareja, se sufre tanto.
Aún en los casos en que ese rompimiento sea para bien, una separación no se logra así como así. Y esto pese a la madurez que puedan tener los involucrados y aunque todo lo resuelvan sin choques violentos o reproches y odios irreconciliables. Nos aferramos a los objetos; ¡cómo no nos vamos a aferrar a un ser a quien pudimos amar y con quien compartimos tantas ilusiones y proyectos!
Por eso después de la separación quedan dos caminos: hundirnos en el dolor y no salir de allí, o recomponer la fe e iniciar una vida nueva.
Me interesa dejar sentado lo siguiente, y deseo resaltarlo porque es útil que los lectores tomen conciencia de ello: si una separación es inevitable, habrá que estar preparado para sobrellevar y superar el dolor que acarrea un rompimiento.
Según las circunstancias puede haber un alivio en uno o ambos miembros de una pareja que se separa, eso no lo negamos. Pues las tensiones son tan grandes entre dos personas que se llevan mal, que se vuelven insoportables. Sin embargo no se crea que todo serán risas, principalmente durante el tiempo inmediato al rompimiento.

Vacío y depresión

Es saludable tener alguna idea de lo que nos puede ocurrir luego de una separación. Por de pronto, reconocer que pese a las diferencias de género, el varón y la mujer llegan a sufrir con la misma intensidad. El dolor, en asuntos de fracasos amorosos, no es privativo de lo femenino o de lo masculino.
No siempre el rompimiento es previsible. A veces una pareja se deshace abruptamente, casi de un día para el otro, sin que uno de los miembros ni siquiera hubiera sospechado tal desenlace. En otros casos no: La separación se planifica con tiempo, de común acuerdo y armoniosamente. Son circunstancias diferentes, pero que sin embargo tienen un punto de contacto: el rompimiento acarrea sensación de vacío. Todo el pasado de una vida en común aflora en la mente y los recuerdos nos abruman; desearíamos volver atrás, desandar los acontecimientos y hasta soñamos con modificarlos. En esta etapa puede surgir la idea casi obsesiva de pretender reparar, de volver a empezar la relación, de mejorarla y retomarla. Esos deseos podrían hacer que negáramos la realidad, y en lugar de fortalecernos, nos debilitaríamos. Hay cosas que jamás vuelven atrás, y cuando finalmente nos damos cuenta de ello puede sobrevenirnos una depresión aun mayor que la que sentimos al tener que separarnos. La evidencia de que será inútil tratar de recuperar lo perdido hará que toda nuestra omnipotencia se derrumbe. Habíamos creído que podíamos torcer los hechos y de pronto advertimos que es imposible hacerlo. El dolor se renueva; la sensación de vacío aumenta.
El tiempo que dure esta situación de tristeza depende de cada caso, pero debemos aceptar que en mayor o menor grado le sucede a toda persona que se separa. Estar preparado para afrontarlo fortalece la decisión; sirve de apoyo para animarnos a decir «basta» cuando una relación se torna insostenible y necesitamos ponerle fin.

Asumiendo la soledad

Supongamos un caso extremo: el de una persona que haya sido abandonada abrupta y sorpresivamente por su pareja. Es natural que quede sumida en la soledad y el agobio; si intenta negarlo, lo más seguro es que caiga en el escapismo. Probablemente buscará aturdirse, ya sea en la búsqueda compulsiva de nuevos amores, de amistades indiscriminadas o de paseos sin ton ni son. Quizás encuentre un fugaz consuelo, aunque esos sustitutos serán de corto alcance y no la ayudarán a salir de la depresión.
La otra posibilidad es que se hunda en la angustia y que todo se le vuelva sombrío y sin salida. En estos casos, esas personas pierden la autoestima, se sienten despreciadas y creen que el amor quedó vedado para ellas definitivamente, que nadie las volverá a querer. ¡Hasta tienen miedo de enamorarse por temor a sufrir otra decepción! Han sufrido una pérdida y han quedado bloqueadas, fijadas a la experiencia dolorosa.
Pero el momento de inflexión existe, y es allí cuando surge la posibilidad de un cambio. Cumplida la etapa de duelo y una vez que esa persona ha podido asumir y elaborar las frustraciones sin tratar de negarlas o de encerrarse en un caparazón falsamente protector, recobrará fuerzas, volverá a energizarse, y buscará la luz. No borrará al pasado, pues el pasado no se puede borrar ni es saludable querer hacerlo, pero lo dejará atrás y no le impedirá mirar hacia delante, proyectarse en el amor y en la alegría de vivir.

El fin de la crisis

He trazado una descripción de lo que puede devenir luego de un rompimiento amoroso. No pretendo agotar aquí el tema ni dar todos los ejemplos posibles; lo sustancial que deseo transmitir a los lectores es que no pierdan de vista lo siguiente: la persona que padece una situación como las que he indicado está pasando -nada más y nada menos- que por una etapa de crisis.
En un artículo anterior hablé de la crisis, de lo que ella significa y de lo que nos puede aportar de beneficioso. Recordaré sólo este concepto sencillo pero fundamental: de una crisis podemos salir fortalecidos. Una crisis es una etapa, a veces, hacia el crecimiento.
El mismo recuerdo del amor frustrado, pasado el momento de pesimismo, nos retrotrae a los instantes felices y esperanzados de aquella relación, pues es difícil que dos personas que se unen -y por peor que se hayan llevado- no hayan pasado también por instantes de alegría y plenitud. Esos recuerdos positivos nos reanimarán y nos liberarán del encierro, impulsando nuestros deseos de volver a empezar y de disfrutar los dones del amor. Y si la crisis nos ha servido para desarrollarnos, terminaremos fortalecidos por la experiencia y la confianza.
Retomaré estos temas, tan valiosos para reconocernos como personas capacitadas para reponernos de las frustraciones y para amar y ser amadas con dignidad.

por Lic. Teresa Gonzalez

La mente puede engañarnos. Y mucho nos engañamos cuando por medio de la razón tratamos de taponar los sentimientos angustiosos. Estoy apesadumbrado por algo que me ha entristecido hondamente, me deprimo, estoy sensibilizado, lloro. Me esfuerzo por huir de esta situación y me digo: «No debo seguir así; no debo entristecerme más. Tengo que ser fuerte; tengo que vencer el dolor». Trato así de mentalizarme y de obedecer las consignas de la mente; busco reemplazar los pensamientos negativos por otros optimistas y positivos. Por momentos hasta creo que el dolor ha terminado y que la razón se ha impuesto a las penurias del corazón, a los sentimientos. Pero a los pocos días, a las semanas, la pena regresa, el pesimismo vuelve a abatirme y la desolación me domina. ¿Debo concluir entonces que mi voluntad ha sido derrotada? Por el momento sí. Y es porque no di tiempo a que los afectos se expresaran y decantaran, porque me apresuré en sofocarlos.

El tema del amor

En un artículo anterior hablé sobre el dolor que deviene de una separación sentimental y prometí retomar el tema; hablemos un poco más sobre el asunto.
Afirmé en ese artículo, como concepto general, que en el rompimiento de una relación amorosa, por más positivo que sea ese rompimiento, genera dolor, y que ese dolor debe ser asumido y aceptado. Pero a veces nuestro pensamiento pretende ganar tiempo y -como si pudiéramos sortear ese dolor, esquivarlo, enterrarlo- nos lanza a una carrera cuya meta es el olvido y la negación. Meta engañosa, que se irá alejando a medida que más cerca creamos estar de ella.
La razón pretende ir más aprisa que los afectos. El pensamiento es rápido, los afectos, una vez asentados en nosotros, necesitan tiempo para ser absorbidos y decantarse hasta aligerarse y perder su pesada carga agobiante. La mente me dice: «olvídalos, deséchalos; no dejes que se asomen y te atormenten». Así no superaremos el dolor. Las cosas no mejorarán porque nos digamos, inocentemente, que «todo está bien».
Cuando un amor se rompe y una relación se deshace, eso que llamamos «penas del corazón» no se diluye así nomás. Sucede que las heridas del alma no cierran de un día para el otro. ¿Cómo hacer para que curen efectivamente?

El proceso de la curación

No hay que permitir que el pensamiento avance más que nuestros afectos, como adelantándose a lo que auténticamente sentimos. Por el contrario, debemos observar y atender nuestras emociones, pues ellas son la evidencia de lo que realmente nos está sucediendo. A veces, por pretender quemar etapas, la mente nos lanza a iniciativas desacertadas. Por ejemplo -y esto es bastante característico- la de pretender ahogar el dolor de la pérdida amorosa con un nuevo y forzado enamoramiento.
Ante una situación de pérdida -y el rompimiento de una relación amorosa lo es- lo natural y espontáneo es que busquemos escapar del dolor, pero si tratamos de apresurarnos no damos tiempo a elaborar las circunstancias que nos llevaron a ese desenlace tan doloroso. Uno de los mecanismos para tapar el dolor es sentirnos autosuficientes; así es como llegamos a creer que poseemos una fuerza y una resistencia formidables y que gracias a ellas no necesitaremos ni del consuelo ni del apoyo de los demás. Y tampoco del amor de nadie. Lo que se genera con ello es una especie de coraza que termina convirtiéndonos en seres indiferentes e insensibles, impermeables a la ternura, al cariño o a la simple amistad. Quien cae en esa exageración evitará toda relación íntima, y su actitud será la del rechazo. En el fondo, lo que teme esa persona es caer en un nuevo fracaso amoroso, y como sigue los dictados apresurados de su razón que le urge abandonar el dolor, termina por tomar el camino que le resulta aparentemente más fácil. Lo saludable sería permitirse escuchar los reclamos de sus afectos; si lo hiciera reconocería que lo que desea verdaderamente es que la vuelvan a amar y hallar una nueva pareja en quien volcar su energía. Reconocer esa necesidad de ser amada y protegida quizá la hagan sentirse débil y sola durante el tiempo en que no concreta una nueva relación, pero será más honesto de su parte y por ende más saludable. Sólo reconociendo nuestros deseos más auténticos y dignamente humanos, es como podemos encontrar la manera leal de satisfacerlos.
Una reacción contraria a la anteriormente descripta es la que a veces deriva en el deseo compulsivo de dar, de atender indiscriminadamente a los otros. Con ello, en su urgencia de escaparle al dolor, esa persona evita prestar oídos a sus propias necesidades y reconocer que las tiene y que debería satisfacerlas. Al entregarse de lleno a los demás, llega a decirse que no necesita nada para sí. No tendrá tiempo casi ni para embellecerse, ni para darse ningún gusto ni para distraerse. Tampoco para pensar en sí misma. Y menos para permitirse enamorarse de una sola y determinada persona. Es bueno y hermoso hacer cosas por los demás, pero muy hermoso es también saber que hay alguien que nos quiere más que a nadie en el mundo y a quien, más que a nadie en el mundo, también nosotros somos capaces de amar.
Porque sucede que esos no son momentos de ocuparse de los demás, sino una excusa de la mente para huir. Sí es el momento de ocuparse más profundamente de uno mismo, y es a nuestras necesidades a las que deberíamos atender con prioridad. Nuestra salud es lo primero, para que después, una vez liberados de la situación dolorosa, podamos entregarnos con verdadero ánimo solidario y no para escaparle a los conflictos.

Un tiempo para llorar

Ante el deseo de vencer urgentemente al dolor, podemos llegar a creer que todo es cuestión de voluntad y decisión. Voluntad para sentirse fuerte, para olvidar, para ser feliz. Decido entonces no depender del amor, no demostrar mis debilidades, no confesar mi soledad, ocupar permanentemente mi tiempo…
La consecuencia es como si lleváramos una doble vida; por un lado los afectos que pugnan por mostrarse, aflorar y desahogarse; por otro lado, la razón que trata de aplastarlos, ignorarlos y avanzar.
Y una última advertencia, que no por reiterada deja de ser valiosa: para curarnos del dolor que una pérdida amorosa nos causa, empecemos por aceptar ese dolor. Dejémoslo aflorar y expresarse; démosle tiempo. Es el tiempo que necesitamos para la cura, y si la mente nos urge, atemperemos sus reclamos. Aguarda, -digámosle- sufro y estoy en soledad; permite que primero me detenga a escuchar los quejidos del corazón, él quiere llorar, y es bueno que lo haga.

por Lic. Teresa Gonzalez

Cuando nos enamoramos de alguien suponemos que esa persona tiene cualidades extraordinarias, que es la mejor del mundo, al menos en la mayoría de los aspectos. Y está bien que nos suceda eso, no en vano se dice que el amor es ciego, y la experiencia nos ha enseñado a reconocerlo.
Pero de pronto la persona maravillosa y extraordinaria se convierte en alguien común y corriente, pierde todas las virtudes que le veíamos, deja de atraernos y hasta puede llegar a convertirse en algo despreciable o en enemigo irreconciliable. ¿Qué nos pasó?
Considerar que alguien es demasiado perfecto significa idealizarlo, y al idealizarlo le atribuimos encantos que no posee. Así es como nos ponemos fuera de la realidad, y ésta (tarde o temprano) se toma la revancha. Es entonces cuando el velo de la ilusión se descorre para mostrar el crudo rostro de la verdad; y entonces, el mundo se nos viene abajo.
Posiblemente la persona a la que idealizamos no merece ser colocada ni en un extremo ni en el otro; ni un dechado de virtudes ni una suma de defectos; pero la frustración que llegamos a sentir al advertir nuestra engañosa percepción puede deprimirnos y conducirnos a las conclusiones más extravagantes e igual de exageradas.
Pero hay un problema más, y es que cuando idealizamos a una persona le otorgamos plenos poderes haciéndola, prácticamente, dueña de nuestra vida. Llegamos a valorarla tanto que su opinión se convierte en palabra santa, inclusive cuando se refiere a nosotros; y aquí es donde el conflicto queda expresado con mayor gravedad, pues podemos convertirnos en títeres de su opinión y creer que somos como realmente esa persona nos ve y nos califica, aun cuando sea en detrimento nuestro. Nos volvemos dependientes y llegamos a minimizar hasta nuestra propia opinión y nuestro más auténtico sentir.
El trasfondo de la cuestión es que al idealizar tanto a nuestra pareja, uno puede terminar sintiéndose inferior a ella y desmereciéndose a sí mismo. Los casos extremos podrían generar pensamientos como éstos: «soy una persona hermosa porque mi pareja lo dice», «soy una persona sin voluntad porque así lo afirma mi pareja», o «no soy una persona que merezca ser amada porque de lo contrario mi pareja no me hubiera abandonado».

El tema de la propia imagen

Buena, regular o mala, todos tenemos una imagen de nosotros mismos, todos nos vemos de tal o cual manera; el riesgo está en dejar que esa imagen dependa de lo que diga o piense otra persona. Si cometemos la exageración de colocar en el otro una gama demasiado inmensa y omnipotente de atributos extraordinarios podríamos llegar al límite de perder nuestra identidad y valoración. Y si por cualquier circunstancia o capricho se produjera el caso de que ese otro nos abandonara, nos quedaríamos como si al irse se llevara también nuestros propios atributos, nuestra propia imagen. Es entonces cuando puede sobrevenirnos una terrible sensación de vacío y soledad.
Ahora bien, la pregunta es: ¿podemos amar sin idealizar?
La idealización es tan normal como el temor, la rivalidad o los celos, por ejemplo. Salvo cuando es exagerada y se vuelve irracional y nociva. Y si alguien tiene la tendencia a caer en este tipo de idealización patológica, será pertinente preguntarse si esa tendencia no se debe a que carece de autoestima o a que se ha convertido en una persona dependiente y sujeta a lo que en artículos anteriores hemos descripto como amor adictivo.

No dejemos que los demás incidan sobre nosotros

Al idealizar desmesuradamente a la pareja, nuestra relación con ella se desequilibra. Sobrevaloramos a la otra persona, y al hacerlo le damos el mayor peso e importancia. La consecuencia es que la convertimos no sólo en el eje de nuestra vida sino también en el árbitro de nuestras decisiones; entonces la idealización, que bien podría tener mucho de positivo mientras no sobrepase sus justos límites, se convierte en negativa.
La persona patológicamente idealizada por nosotros recibe de nosotros mismos un mandato que terminará por perjudicarnos: «haz de mí lo que te plazca». Tarde o temprano ese mandato provocará nuestra reacción y rechazo; lo malo es que corremos el riesgo de pasar de un extremo a otro, de ir del amor al odio.
Lo que no debemos perder de vista es lo que desde el principio de este artículo vengo sugiriendo y anticipando: en la persona que idealiza demasiado, algo hay en su mente que no funciona bien. ¿Será por sus pensamientos mal orientados? ¿Será por la imagen errónea que tiene de sí misma? Veamos…
Uno de los componentes psicológicos que aparecen en las personas que tienden a idealizar desmesuradamente es su escasa autovaloración. Para revertir esa situación hay que comenzar por cambiar nuestros pensamientos acerca de nosotros mismos. Al autovalorarnos comenzamos a vernos con la misma mirada halagadora con que vemos al otro; por eso mismo conviene ejercitarse en generar pensamientos positivos sobre nuestra personalidad, tanto en el aspecto intelectual como físico. Esto no significa solamente que esa persona deba decirse a cada momento soy linda; soy perfecta; soy un genio… significa observarse y constatar si nuestros pensamientos son originados por causas reales o si sólo están obedeciendo a patrones y mandatos que nos han impuesto desde afuera. Para dar un ejemplo claro: hay personas que jamás pudieron convertirse en empresarias exitosas porque desde la niñez cuelgan con el sambenito de que son incapaces de ganar dinero o que son incorregiblemente derrochonas. Así es como se frustran muchas vocaciones, pues las personas que las tienen no consiguen sobreponerse a los moldes con que las han estigmatizado. Lo mismo ocurre con el tema amor cuando nos someten a consignas puramente subjetivas y arbitrarias: esa persona siempre elige mal; aquella no nació para el matrimonio; ese hombre se deja dominar por las mujeres; sos un desamorado; etc…
Será necesario entonces recapacitar sobre las ideas que tenemos de nosotros mismos, observar si surgen pensamientos como los expuestos y constatar si son el resultado de las consignas que nos impusieron; pues ésos son los pensamientos que deberemos cambiar.
Como ya he dicho muchas veces, en la buena relación con uno mismo se funda la buena relación con nuestros semejantes. Permitámonos idealizar a la persona que amamos, pero preguntémonos cuál es ese grado de idealización y si no lo estamos haciendo porque nos desmerecemos nosotros, pues muchos de los factores que frustran y conspiran contra la posibilidad de establecer una feliz y perdurable relación amorosa, aparecen cuando idealizamos exageradamente.

por Lic. Teresa Gonzalez

Algunas relaciones impiden el crecimiento, son nocivas para nuestro psiquismo y nos perjudican física y emocionalmente. Cuando examinamos de cerca nuestras relaciones algunas demuestran ser inestables e insustanciales en su núcleo.
Existen casos de alcohólicos, codependientes y adultos-niños que inician sus relaciones buscando un remedio para su malestar y eligiendo relaciones poco saludables, que en lugar de aliviar su sufrimiento lo aumenta.
En realidad, en este tipo de relaciones uno de los miembros desea recuperarse y hacerse cargo de sí mismo y el otro no tiene interés en que la situación cambie. En este punto se debe hacer una valoración honesta de nuestra relación de pareja; a menudo dos personas eligen vivir juntas sin compartir sus vidas y eso generalmente no funciona.
Para expresarlo más directamente: algunas relaciones necesitan terminar. Existen personas que se sienten muy contrariadas si su pareja elige confiar en sí misma y empezar a cambiar. A través de la apariencia que en su vida familiar o matrimonial todo es normal, han desarrollado un sistema de comentarios sutiles, indicaciones y castigos que tienen el objetivo de impedir que su pareja modifique su proceder o se exprese espontáneamente; en realidad sienten temor que el precario equilibrio de la pareja pueda venirse abajo y que la aparente estabilidad basada en la hipocresía y el control pueda derrumbarse.
Cuando uno de los miembros decide ponerse en tratamiento individual se lo tildará como egoísta, extravagante y desleal. Llegamos entonces a la conclusión que si los dos miembros de la pareja no están dispuestos a comprometerse a trabajar sobre los aspectos irresueltos de la misma, es necesario reconocer que es imposible moverse en dos direcciones a la vez, dado que esto provocaría una gran tensión interna siendo causante de complicaciones mayores.
Es importante determinar que si formamos parte de una relación «sana» nos movemos en la dirección de nuestro propio crecimiento y somos capaces de valorar si realmente se nos quiere o aprecia. Parafraseando a Leo Buscaglia: «La verdadera medida de una buena relación reside en cuánto favorece el crecimiento intelectual, emocional y espiritual«.
Si una relación se vuelve destructiva, pone en peligro nuestra dignidad humana, nos impide el crecimiento, nos conduce a la depresión y desmoralización (y hemos hecho todo lo posible para mantenerla), entonces… debemos terminar con ella. No estamos hechos para vivir con todas las personas, ni éstas con nosotros.
El tema sería entonces: si somos incapaces de estar con los demás, ¿somos al menos capaces de no herirles?

por Lic. Teresa Gonzalez

PENAS DE AMOR

En el ámbito de los celos estamos ante una situación altamente agitada, ya que no es solo un tormento que trastorna y arruina nuestra vida, sino que también tiene un efecto propulsor y cognitivo. El triángulo parece ser fundamental para la experiencia amorosa, hasta tal punto que aún en los raros casos donde en realidad este tercer elemento no interviene, inventamos uno a nivel de la fantasía.
Esta necesidad de una tercera persona arraigada en el triángulo edípico que todos hemos experimentado desde nuestro nacimiento.
Con frecuencia este triángulo es recreado calladamente en una relación adúltera. Tales experiencias, que generalmente son relatadas al psicólogo con gran angustia o culpa, no necesitan ser evaluadas moralmente; se pueden interpretar y comprender en términos de la necesidad de revivir la situación edípica.

LA SOMBRA DE UNA TRAICION

Los celos sugieren la pérdida del objeto primario, el primer amor de nuestra vida en quien pusimos fe absoluta. En cada lazo emocional queremos desesperadamente recrear esa fe que fue destrozada durante nuestra infancia. A veces estamos tan agobiados por la angustia que nos causa esta necesidad de fe absoluta, que somos impulsados a fantasear sobre ser abandonados por quienes amamos.
Quizás si lográramos enfocarlo bien, nos daríamos cuenta de que íbamos por el camino errado, por que no es así como podemos llegar a ser adultos; más bien debemos encontrar la fortaleza para aceptar y experimentar completamente el abandono más absoluto, en especial por el primer objeto de nuestro amor.
La perdida que tenemos en una relación, de hecho ya ha ocurrido. Cuando uno comprende que ya lo ha perdido todo, entonces empieza a librar la batalla consigo mismo, como traicionado y traidor a la vez. Precisamente porque hemos tenido esa experiencia inicial de ser abandonados, llevamos dentro la posibilidad de convertirnos en adultos.
La experiencia del engaño (que incluye tanto al traidor como al traicionado) significa la angustia de la pérdida.
En el momento de la traición se abre una herida en nuestro punto más vulnerable que es el de un infante totalmente indefenso que no puede sobrevivir en el mundo excepto en los brazos de alguien.
Esta es la realidad primitiva y básica del niño; está enclavada en la psiquis hasta el punto de jamás poder dominarla.
Luego, inevitablemente, este niño indefenso reemerge en cualquier relación donde exista la posibilidad de poner una confianza ilimitada en otra persona.
Solo podemos ser engañados por aquellos en quienes confiamos. Sin embargo, tenemos que crecer. Una persona que no tiene fe y se niega a amar por temor a la traición, ciertamente se eximitá de estos tormentos.
No queremos traicionar ni ser traicionado, porque la traición nos obliga a enfrentar los aspectos menos controlados de nosotros mismos.

DESPUES DE LA RUPTURA

En la relación ya no basamos nuestra vida en nuestro ser individual, en nuestro propios recursos, sino en la presencia continua del otro . Aunque la ruptura pueda llevar a una nueva situación con un nuevo equilibrio, primero se produce la caída.
¿Qué podemos hacer en estos momentos desesperados?. E l término de cada relación amorosa tiene su propia identidad específica, sin puntos de referencia en el mundo exterior.
Ninguna palabra puede tocarnos, ningún cambio de escena consolarnos; la agobiante desesperación nos encierra y excluye la ayuda de los otros. La razón y el apaciguamiento son ineficaces porque estamos abrumados con los recuerdos en otros momentos, ahora perdidos, que nos dieron nuestra identidad.
Aquí nuevamente, se necesita mucho valor. Cada vez sentimos esta pérdida como si fuese la primera. La pérdida y el abandono nos aprisiona en la soledad. Ninguna experiencia es tan trágica, porque no hay recursos externos que puedan ayudarnos.
Nuestro único recurso es abrirnos paso por nuestro aislamiento. El que los momentos felices puedan ser recordados, que la plenitud pueda ser revivida , demuestra que ningún amor jamás fue completamente fútil. Pero sobre todo, por más rencor que sintamos, debemos reconocer que la vieja relación aún esta presente dentro de nosotros, en lo que hizo de nosotros. Ciertamente, su final nos hizo dar cuenta de lo incompletos que somos y nos clavó en nuestra insuficiencia; nos hizo conscientes de la imposibilidad de lograr la plenitud. Pero tuvo la sana violencia de un destete, y por lo tanto, también fue una conquista. Al amor se le debe atribuir el mérito de eso.

por Dra. Elba Garber

Cuando nuestras conductas nos perjudican, cuando nuestros pensamientos se vuelven contra nosotros y nos persiguen, ¿podemos liberarnos de ellos?
Es difícil y lleva tiempo modificar por lo menos en parte nuestro modo de ser, fijado a través del tiempo y desarrollado hasta anquilosarse en muchos casos. Sin embargo hay instantes de nuestra vida en que nos muestran claramente que en algunos aspectos no deberíamos ser como somos, pues ello nos lleva a actuar negativamente y en nuestro propio perjuicio.
Siempre se dice que debemos aprender a aceptarnos; estoy de acuerdo con ello. Al aceptarme como soy puedo comprenderme; y al comprenderme puedo orientar mis impulsos y mis reacciones en beneficio de mi salud física y psicológica. ¡Claro que en ese sentido es bueno aceptarse como uno es!
Aceptarnos como somos implica valorizarnos como personas y fortalecer la autoestima. Sin embargo, en algunos casos, esa aparente aceptación puede ser en realidad el resultado de la resignación. «Soy como soy», diremos entonces, «no voy a cambiar». ¿Y si ese «soy como soy» me perjudica?

Vida de relación
La vida de relación nos da la medida de nuestras virtudes y de nuestras carencias. Pero la vida de relación implica no sólo la que mantenemos con los demás sino con nosotros mismos. En general prestamos más atención a las opiniones ajenas que a las propias. Y a la inquietud por conocer la opinión que los demás puedan tener de uno, deberíamos anteponer, trabajo de introspección mediante, estas otras preocupaciones: ¿Cómo me veo? ¿Cómo me juzgo? ¿Qué me gustaría conseguir? ¿Por qué no logro mis objetivos? ¿Estoy conforme con mi vida? ¿Soy feliz? ¿A qué me animo? ¿A qué le temo?
Tengamos en cuenta que la condición para mantener una buena relación con los demás depende de que tengamos una relación sana con nosotros mismos. Si mi autoestima, por ejemplo, anda por el suelo, no puedo pretender que los demás me vean o me crean un triunfador seguro de sí. Si me siento malo, feo o incompetente, no sólo transmitiré esa misma creencia para que los demás la adopten sino que hasta seré capaz, con mis actitudes, de reafirmarles que soy así y que por lo tanto no me deben aceptar sino rechazar.
Quizás estos ejemplos puedan parecer simplistas. En realidad lo son, pero sirven para que entendamos que ciertos mecanismos, no tan claros ni tan evidentes como éstos, nos cierran el camino hacia una vida sana y en plenitud.
Hablé de introspección; convengamos en que a veces estamos tan confundidos y desorientados que nos resulta imposible arribar a una explicación clara sobre lo que ocurre en nuestro interior. Percibimos los resultados, pero no las causas. ¿Qué hice para merecer esto?, nos preguntamos angustiados ante un fracaso en el trabajo o en el amor; ¿en qué me equivoqué; por qué no pude actuar de otra manera? No siempre es fácil hallar respuesta a tales interrogantes.
Y sin embargo la respuesta existe.

Cambiando las conductas
En este artículo quiero hablar de un tipo de conducta que se vuelve en contra de nosotros, como es el caso de ese desencadenamiento de pensamientos que a veces nos asaltan absurdamente y que nos dominan sin que los podamos evitar ni controlar hasta que terminamos siendo esclavos -y víctimas- de las fantasías más exageradas.
Estamos esperando a alguien, a nuestra pareja, por ejemplo. Por una razón que desconocemos, esa persona se atrasa. Pasan quince minutos, media hora, y por más que nos impacientamos y nos ponemos cada vez más nerviosos e intranquilos, no aparece. Hacemos un esfuerzo pero no podemos evitar una secuencia de ideas cada vez más funestas, que van cobrando dramaticidad a medida que el tiempo avanza. Las preguntas nos atormentan: ¿Habrá tenido un accidente? ¿Habrá encontrado otro amor y me estará traicionando? ¿Querrá dejarme y no se animó a decírmelo? ¿Ya no le gusto más? ¿Se aburre conmigo?
A primera vista podríamos suponer que la aparición de estas aprehensiones se deben pura y exclusivamente a la tardanza de la persona que esperamos. Más profundamente debemos sin embargo advertir que dependen exclusivamente del sujeto que los tiene y no del hecho objetivo en sí. Ante un mismo estímulo (como es el de la tardanza en este caso) no todas las personas van a suponer lo mismo, dependerá del mundo emocional de cada uno y de los modelos de pensamiento que rigen su vida y la condicionan. Una personalidad melancólica y depresiva, con muy poca autoestima, no necesita de ninguna situación demasiado especial para generar pensamientos de la índole señalada. Sin embargo, en mayor o menor medida, todos estamos capacitados para modificar la forma de captar y juzgar los hechos que nos afectan.
Cuando un suceso nos conmociona, ese suceso pasa a ocupar la totalidad de nuestra mente, generándose una avalancha de pensamientos. Estos pensamientos afectarán nuestro estado de ánimo e incidirán sobre nuestra forma de reaccionar y de actuar. Si logramos cambiar la forma de pensar cambiará también nuestra conducta a seguir, pues nos permitirá reinterpretar los hechos y no caer necesariamente en la trampa de los pensamientos negativos. Es posible lograrlo porque al interpretar y juzgar un acontecimiento, lo que estamos haciendo es una introspección, es decir que nos estamos comunicando con nosotros mismos. Ese contacto con nuestro interior y ese análisis de nuestros pensamientos es lo que en definitiva nos permitirá cambiar la conducta. En lugar de dejarnos llevar por los pensamientos que nos surgen involuntariamente y en sucesión casi arrolladora, y en lugar de aceptarlos como válidos, podemos ser capaces de tomar distancias y de advertir su falta de racionalidad. Esto significa que si logramos reemplazar nuestros modelos negativos de pensamiento por otros positivos y más ajustados a la realidad, también nuestra conducta y nuestro mundo emotivo cambiarán.
Es cierto también que esos modelos negativos de pensamiento no nos surgen de la noche a la mañana sino que son el producto de pautas y consignas fijadas desde muy atrás en nosotros, pero la mente tiene capacidad de reacción; conocer sus mecanismos obrará en bien de nuestra salud.
En un próximo artículo volveré sobre estos temas y daré más pautas para mostrar cómo podemos lograr el autocontrol, cambiar modelos de pensamiento y modificar la conducta.

por Lic. Teresa Gonzalez

-¿Tenés pareja?
– Sí.
-¿Sos feliz con ella?
-No.
-¿Por qué no la dejás, entonces?
-No me animo; no puedo.

El diálogo que transcribo no es textual, pero su contenido se asemeja a los que a menudo mantengo con algunos de mis pacientes; porque formar pareja no implica necesariamente vivir enamorado y en armonía. A veces sucede lo contrario, y lo peor es que esa mala relación no puede deshacerse. ¿Por qué? ¿Qué impide a una persona terminar con una relación que la perjudica?
La causa central está en lo que se denomina Relación adictiva, similar -por la dependencia que crea- a la que se puede tener por el cigarrillo, el alcohol o la droga. Con una diferencia: la persona que padece esa relación adictiva no la vive como tal, no tiene conciencia de que se asemeja mucho a una enfermedad. Sufre, pero le cuesta advertir que lo suyo es una adicción, aunque a veces lo sospeche o lo intuya. «Algo no va bien» se dice, sin embargo no logra esclarecer su problema.
Doy algunas pautas que pueden ayudar a quienes soportan este tipo de relación: el adicto de amor es aquel que no ha logrado madurar emocionalmente; se contacta con el otro para satisfacer un vacío afectivo y no para crecer juntos y desarrollarse. Se aferra al otro porque supone que le servirá para terminar con un pasado de frustraciones y deseos insatisfechos.
A la pareja elegida se la ve como una especie de panacea en lugar de alguien con quien mantener una relación recíprocamente amorosa, donde el dar y el recibir están armonizados y equilibrados. El adicto da todo de sí, y hasta parecería amar en exceso; en realidad es miedo a perder esa «tabla de salvación»; se vuelve obsecuente, excesivamente preocupado por satisfacer y agradar, y termina en una lastimosa dependencia.
Una relación de estas características hace que, mientras esa persona da todo de sí, su pareja no entrega nada; mientras aquella se centra en el otro, éste se centra en sí mismo; mientras uno aporta aliento, apoyo moral, dinero, el otro se limita a recibir y pedir; uno tolera conductas improcedentes, el otro no tolera nada. En una palabra: el adictivo se ata a su pareja y depende afectivamente de ella, pero ésta no se ata y hasta está capacitada para romper en cualquier momento.
Pero aunque trato de ser lo más explícita posible a fin de que todos -y no sólo los especialistas- me entiendan, las cosas no son tan sencillas. Los hombres y mujeres que llegan a mi consultorio angustiados por problemas como los descriptos, vienen porque la vida en pareja se les ha vuelto insoportable; esto lo sienten y lo experimentan. Otra cosa es concientizar por qué han caído en una relación así; para eso hay que hurgar en la historia individual de cada uno: su niñez, su vida familiar, su pasado.

Causas familiares
La familia es el ámbito donde se moldea nuestro carácter y se fijan nuestras creencias, hábitos y tendencias; el rol que desempeñemos en ella lo transferiremos después a toda nuestra vida de relación. El caldo propicio que nos empuja compulsivamente a fijar relaciones adictivas es una familia disfuncional. Tu familia te desvalorizó, tus padres te sobreprotegieron, tus hermanos trataron de humillarte; no te escuchaban cuando deseabas desahogarte, te tapaban la boca cuando necesitabas decir. Quizás no fue tan así, pero así lo viviste, y nadie, durante la niñez y la adolescencia, te ayudó para que pudieras discriminar.
Muy distinta será en cambio tu capacidad de elección si creciste en el seno de una familia donde te enseñaron a valorarte, te infundieron confianza y no te criticaron en todo lo que hacías o proyectabas.

La sociedad

La sociedad tiene también su alta cuota de responsabilidad: ella nos induce a seguir un único camino, el de poseer; cuanto más tenga más feliz seré. Buscamos fuera de nuestro ser el rayo de luz que debería iluminarnos desde nuestro interior; la afirmación de nuestra personalidad está en el modelo de automóvil que poseamos, en la tarjeta de crédito, en la conquista del millonario seductor, en la ropa interior o en la dieta alimenticia que elijamos. Y esto nos pasa a todos, pues no es fácil sustraerse de esa demanda pertinaz con que se nos tienta. En estas circunstancias el desarrollo del carácter, la autoestima y la seguridad en uno mismo parecen depender de los objetos y de los demás. En mi fantasía llego a creer que sólo si los poseo, y si ellos me admiten, podré realizarme como un ser humano en plenitud. ¿He de buscar en esas cosas exteriores y en otras personas, fuera de mí mismo, la valorización de mi ser? Conviene hacerse esa pregunta y tratar de contestárnosla con sinceridad; nos puede dar la pauta de nuestras tendencias hacia una relación adictiva.
Todos necesitamos de los demás, pero otra cosa es creer que es el otro quien puede satisfacer todas nuestras necesidades. ¿Es ése tu caso?
Hay más preguntas que conviene formularse y tratar de contestárnoslas:

¿Soy capaz de expresar mis sentimientos sin miedo de que me rechacen por ello? Me anticipo a una respuesta: si en tu familia te vedaron esa libertad, es seguro que aún hoy no te será sencillo expresarla.

¿No tengo control sobre lo que me pasa, no puedo evitarlo? Esto es como creer que invariablemente «la vida es así» y que carecés de voluntad; un sentido de la fatalidad producto del desamparo en que has crecido, de la falta de orden en tu propia familia y seguramente del caos en que vivían.

¿Sufriré si me enamoro? El amor es satisfacción, aunque tu pasado te lo niegue y a pesar de los malos ejemplos de los que pudiste ser testigo. Ese miedo a repetir el sufrimiento de tus mayores es lo que inhibe tu elección, como si estuvieras condenado.

¿Merezco que me amen? Por supuesto que sí aunque no lo creas o te cueste admitirlo, y aunque no seas la única persona que se lo pregunte. En esa inseguridad, justamente, producto de un mal desarrollo, se oculta uno de los mayores impedimentos para encontrar la felicidad. Es la misma duda de muchísima gente que pide ayuda; hermosa gente, aunque acosada por la humillación que sufrieron y por el sentido de inferioridad que se hizo carne en ellas, pero merecedoras de dar y de recibir el más dichoso y duradero amor.

por Lic. Teresa Gonzalez

Estamos decaídos, no tenemos ganas de nada. De pronto nos enojamos, no tenemos quién nos escuche ni quién nos haga caso. Nos ponemos furiosos contra el mundo. Otras veces lloramos; ¿será posible que nadie nos entienda? Decididamente, nos sentimos solos, incomprendidos y abandonados. ¡Y por momentos tenemos tanta rabia! ¿Es que lo único que se proponen los demás es perjudicarnos? ¿Por qué nos hieren? ¡Deberíamos tomar represalias, devolver golpe por golpe, vengarnos!

Sentimientos como los expresados no son de ninguna manera exclusividad de poca gente. Es cuestión de ponerse la mano en el corazón y confesarse si no los hemos sentido alguna vez, aunque más no fuese en forma pasajera. Lo que debemos analizar es en qué grado nos afectan. Pero además: ¿es lícito adjudicar al prójimo la razón de esos sentimientos? Porque aunque en algún momento alguien reconozca que el origen de sus males no está en la actitud de quienes lo rodean sino en su propio yo, es común justificar lo que nos pasa echándole la culpa a los demás.
Las cosas se agravan si el que así reacciona lo hace con quien directamente convive y comparte su vida íntima y sentimental, convirtiéndolo en causa de malestares y desdichas. Como si la intención del otro fuese la de hacerle daño.
Lo señalado les sucede a muchas parejas, las que con el tiempo llegan a convertir el amor que se tenían al principio, en sentimientos de enemistad y hasta de odio. La falta de comprensión conspira contra la armonía de las relaciones amorosas. En lugar de entender qué puede estar ocurriendo en la intimidad de nuestra pareja, interpretamos sus actitudes como agresiones hacia nosotros, o como expresiones de indiferencia, rabia o rivalidad. El ego exacerbado, la necesidad de reafirmar nuestro prestigio, el simple orgullo o vanidad, enturbia nuestra percepción y hacen que confundamos las cosas.

Ayer tuve un problema que he preferido callar; por ejemplo, un problema de trabajo. Me tiene preocupado; incluso me ha producido un cierto insomnio. En consecuencia, he pasado una mala víspera y una inquietante noche. Hoy me levanté con cansancio y pesadumbre. Tengo pocas ganas de hablar. Mi pareja me nota poco comunicativo, ausente. «¿Qué le pasa? -piensa- ¿No le interesa estar conmigo? ¿Le molesto? ¿Le causo fastidio?»

El creerse desplazado o desquerido alientan los fantasmas alientan los fantasmas que teje nuestra imaginación. ¿Qué puede tener que ver el otro en todo eso?
A veces las cosas se magnifican más todavía; es cuando interpretamos sus estados de ánimo directamente como agresiones hacia nosotros. Si nuestra pareja se entristece es porque nos quiere deprimir; si no tiene deseos de dar ese paseo que habíamos programado, es porque con nosotros se aburre; si le duele la cabeza es porque quiere amargarnos la existencia.
Las aprehensiones aumentan; sobrevienen las discusiones; un malentendido se suma a otro. Celos, incomunicación, egoísmo; tres ingredientes para aumentar el desconcierto y las desavenencias.
Mientras tanto, ¿qué pasa conmigo? ¿Por qué no me observo con atención? ¿No será que esté yo pasando por un momento de debilidad psicológica? ¿Sentimientos de fracaso tal vez? ¿Una falla en mi autoestima? ¿No estaré, por alguna razón que no alcanzo o no deseo percibir, en crisis y disgustado conmigo mismo, lo que me vuelve susceptible, frágil, rencoroso?

Rechazo y desavenencia

En lugar de enojarnos con el otro cuando creemos percibirle actitudes hostiles hacia nosotros, en lugar de imaginar y reforzar fantasmas, lo sensato es tratar de averiguar qué le está ocurriendo; podría ser un simple y común malestar estomacal, por ejemplo, o un leve y pasajero momento de inestabilidad emocional.
Pero sí: cuanto menos seguros estemos de nosotros mismos, cuanto más débiles, culpables o disconformes nos sintamos, más fuerte se volverá la idea de creer que los demás nos desestiman, critican o perjudican.
La sensación de rechazo es el origen de muchas desavenencias. Y lo mismo ocurre con las ideas preconcebidas. Estas nos inducen a errores graves, pues debido a ellas atribuimos al otro cuestionamientos que sólo están en nuestra mente. Pongamos este otro ejemplo:

Acabo de cobrar el sueldo y decido darme algún gusto; salgo a mirar vidrieras y de pronto veo el objeto que deseo; entro en el comercio y lo compro. ¿Estoy gastando de más? ¿No será mejor reservar ese dinero para cosas más útiles de mi hogar y satisfacer así necesidades más perentorias o importantes? ¿Debería comprarle algo a mi pareja, en lugar de estar regalándome a mí mismo? ¿Tan necesario es acaso lo que me acabo de comprar? ¿No podría prescindir de él y ahorrar ese dinero? ¿Qué dirá mi pareja, qué opinará por lo que hice? Seguramente que soy un egoísta, un irresponsable, un gastador. Imagino la cara que pondrá cuando se lo cuente. Ya estoy oyendo todo lo que me gritará.

Sentimientos de culpa, autoreproches, aprehensiones. Con estos componentes es difícil que no se genere algún conflicto. Mentalmente, hemos inventado una escena y sólo faltará una débil chispa para darle cuerpo y para que todo explote. El menor gesto de nuestra pareja, por más inocente que sea, lo interpretaremos como la expresión evidente de todo lo que armó nuestra imaginación. ¿No era lo que estábamos esperando? ¿Acaso no sabíamos de antemano cómo reaccionaría?
Hemos proyectado en el otro la voz de nuestra conciencia, endilgándole cosas que no siente.

Pregúntate a ti mismo

Es útil tomarse un tiempo antes de responder a lo que suponemos una agresión o crítica por parte de los demás. Aquí se ve cuán útil es la voluntad de diálogo y de comunicación. Preguntarse, por ejemplo, si es que el otro no nos comprende o si es que somos nosotros los que no sabemos comprender. Preguntarse cuáles son nuestros sentimientos con relación a lo que hacemos, pensamos y deseamos. Preguntarse hasta qué punto estoy proyectando mis fantasmas y cubriendo con el velo de mis propias interpretaciones la realidad de los hechos. Preguntarse si somos capaces de indagarnos con honestidad, descubriéndonos y entendiéndonos mejor. Preguntarse si tenemos la valentía de preguntarnos.

por Lic. Teresa Gonzalez

El éxito entre dos personas en el amor depende de la actitud de ambas frente a la relación. Hay tres tipos de actitud, la actitud sexual, la actitud erótica y la actitud trascendental.
Con la actitud sexual la pareja se mantiene unida mediante la atracción sexual. Esta etapa es necesaria en los primeros tiempos pero si la relación queda sólo sostenida por esta actitud la pareja decae irremediablemente. Los cuerpos cambian, envejecen y esta relación no tendría futuro si basan su amor solo en su atracción sexual.
Con la actitud erótica, lo que me enamora del otro son sus cualidades psicológicas, su forma de actuar, de tratarme. «Es un caballero… o es tan femenina…»

Si la actitud sexual se une a esta actitud erótica la relación podría durar más tiempo, ya que si decae, se sostendría por ésta, pero también está condenada al fracaso esta relación. Ya que está sostenido por el otro, por lo que el otro hace, tiene y todo eso es cambiante. Somos seres en constante cambio, ya que no vivimos solos y nos suceden cosas todo el tiempo. La pareja sería como un complemento de aquello que me falta y necesito para sentirme completa.
Entonces si el otro deja de tener las características que me hacen sentir plena, feliz. ya no me sirve. «El ya no es el que era…»
Finalmente en la actitud trascendental el otro ya no es visto como aquel que me complementa, que necesito, sino que lo veo como alguien único e irrepetible. Me relaciono con él desde su esencia, su ser.
Puedo verlo con todas sus capacidades y recursos aún en potencia, sin desplegar. Conozco su esencia, su espíritu, sus valores más allá de su carácter o características visibles. Es un encuentro de un YO con un Tú. Dos personas que se encuentran en el verdadero amor y se trascienden a sí mismas, se habla ya de Familia y si es su deseo su máxima trascendencia será a través de los hijos. El amor es así aquella «capacidad intuitiva de percibir al otro en sus potencialidades.»

por Lic. Marcela Siciliano

Félix y Marcela solicitan ser atendidos juntos en una consulta. Ambos están separados con hijos de matrimonios anteriores. Desde hace nueve años que procuran vanamente llevar adelante una relación de pareja. Han intentado varias separaciones sin éxito y vuelven a estar juntos esencialmente a través de encuentros con predominio sexual. Fuera de estas circunstancias -de intensos componentes eróticos- el vínculo se ha caracterizado por: el desprecio y la desvalorización que manifiesta Félix hacia Marcela, quien expresa sometimiento, demandas y reproches interminables, hasta provocar escándalos en los ámbitos donde Félix trabaja.

Félix asegura que es consciente que debe terminar esta penosa relación, pero no puede, ya que la atracción es meramente sexual y no logra estar sin ella. Su psicoterapeuta le ha explicado que tiene con Marcela un vínculo «adictivo».
Por su parte, Marcela no quiere separarse y afirma que ya soportó todo lo que una mujer puede resistir y que de nada vale intentar un alejamiento de Félix, porque él la llama llorando que la necesita y ella vuelve con él porque «lo quiero», dice.

¿Qué hay en las Cartas Natales de ambos que justifique y explique lo antedicho?
En la Carta de Félix se encuentra Urano en Casa VII, y aquello que el individuo ve y siente es la proyección de su propia «locura» a la que percibirá en lo otros. Sin duda Marcela con su comportamiento escandaloso refleja el «trastorno» de ambos. Urano en Casa VII no es de buen pronóstico para la estabilidad de un vínculo de pareja.
Precisamente, si se habla de pareja es porque se asocia a dos seres ajustados el uno al otro, tirando juntos como los bueyes ungidos a una carreta, cosa que en este caso -la presencia de la energía uraniana- se ve acentuada, ya que este planeta está ubicado en una Casa cardinal.

El otro tema para un Sol en Escorpio -que también señaló- es que su regente Plutón está en Casa VIII, y además, con cuadraturas al Sol y la Luna. Plutón por todos lados, un exceso de Plutón. Implica sobrada necesidad de control, de dominio, de manipulación del otro, en este caso de la mujer con la que está vinculado. Lo emocional queda supeditado a lo sexual. Cuando la necesita, en realidad lo único que busca es desahogarse sexualmente y de manera compulsiva. Pero Félix podría preguntarme si acaso existe alguna salida. Creo que LA HAY. Se trata de que Marcela no vuelva nunca más con hacer cambios, para renacer de sus cenizas, cosa que como veremos no parece estar habilitada para hacer.

En la Carta de Marcela, Plutón está conjunto al Sol y por estar este último en Leo a lo que tiende es que ese Sol cumpla con su destino energético: su centro, brillar y seguir fomentando su Ego. Félix posee todos los atributos del hombre que (al decir de la escritora Rosa Montero en «La loca de la casa») lleva «la marca», es decir, la enamora, le da la ilusión de poseer el falo, el poder, por lo que ella cree que sin Félix no es nada; además, su Ego también se ve reducido a la nada. Así que como en una conjunción solamente puede estar uno de los planetas en luz, Marcela proyecta su Plutón en Félix y cumple el rol masoquista y sometido del binomio (y como se comprenderá me he cuidado de no decir pareja).

Como ambos tienen las Lunas en Sagitario, intervienen sentimientos de negación y manía que les impide tomar real conciencia del daño que se hacen uno al otro. Marcela tiene, además, en su Carta a Plutón y al Sol Casa IX. Esta Casa, habitada por energía también jupiteriana, agrega mayores causas de negación y las consecuencias se evidencian en que no hace más que desprestigiarlo en su ámbito laboral, en francas actitudes vengativas y retaliativas, pero ella misma termina menoscabando su propia imagen, ya que ambos frecuentan el mismo ambiente de trabajo. A ella no parece importarle esto último, se engaña pensando que lo domina con estos desmanes desenfrenados y ambos quedan presos de su compulsidad. Podría agregar que a Marcela su animus le está jugando una mala pasada. Y a Félix su ánima tampoco le favorece la elección de partenaires, ya que está ligado a mujeres muy desvalorizadas y a las que aún sin ejercer la profesión, el siente como prostitutas, como suele calificar a las ocasionales compañeras sexuales que verdaderamente lo excitan.

No veo pues una salida para estos dos seres tan tendenciosamente marcados por los aspectos de sus Cartas Natales.

por Dra. Liliane Bar
Médica Psiquiatra
Nota extraída de la revista «Medium Coeli»

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