En un lejano pueblito sobre el Atlántico, al sur del hemisferio Sur, una pobladora acostumbraba a caminar por las solitarias playas. Caminaba y caminaba, y no encontraba a ninguna persona.
Quería compartir con cualquiera que encontrara su gran amor por la humanidad, los buenos deseos, el respeto, y todos aquellos dones que sabía que tenía…
Día tras día se vestía, y salía a caminar por aquellas playas del sur del hemisferio Sur… y al terminar el día volvía a su casa sintiendo el peso de la soledad.
Se preguntaba ¿Cómo hacer? ¿Cómo hacer para poder compartir con otras personas sus conocimientos? Cómo hacer para compartir esos dones con que Dios la había premiado… Cómo hacer para que las otras personas quisieran compartir con ella…
Caminaba y acariciaba las piedras, las olas del mar que llegaban aplanadas hasta la orilla y le traían recuerdos del fondo de océano, la arena se deslizaba entre sus manos, y la veía caer y se decía, qué hacer, cómo hacer?
Y luego de largas caminatas y reflexiones, al atardecer, día tras día volvía a su hogar. Miraba al cielo pidiendo respuestas.
Un día mientras se encontraba caminando por esas playas del sur, divisó un faro. Le alegró ver en el horizonte otra figura aparte de la suya. Ya tenía un lugar para visitar.
Al día siguiente se dirigió muy resuelta hacia el faro…
Caminó, caminó y cuando ya se estaba acercando se desató una gran tormenta. El aire soplaba con mucha fuerza, el agua castigaba su rostro y el viento por momentos no la dejaba avanzar. El cielo se había oscurecido y se iluminaba por momentos con los reflejos de los relámpagos, el estruendo de los truenos no la asustaba, conocía la fuerza de la Naturaleza…
Siguió avanzando y cuando ya estaba muy cerca un gran remolino de viento y agua la envolvió… se sintió arrastrada y llevada por el aire… no se daba cuenta que pasaba, todo era agua, viento, luz y mar….
Cuando reaccionó miraba al cielo y notó que la tormenta había pasado… El cielo de color celeste, comenzaba a oscurecerse, ya mostraba algunas estrellas brillando…. Sin embargo algo había cambiado.
Ya no era la misma, no tenía la misma forma. Sintió que sus formas se habían fundido con el faro. Su cuerpo y sus piernas eran el cuerpo del faro. Sus ojos la luz. Sus manos los brazos que alumbran…
Y al caer la noche, y cuando el faro comenzó a dejar destellos de luz en la oscuridad que lo rodeaba, sintió que habían escuchado sus preguntas.
Sus brazos, su luz, alumbrarían a aquellas personas que se sintieran abrumadas por la oscuridad.. Sintió que comenzaba a poder dar parte de lo mucho que había recibido… Sintió que comenzaba a cumplir con su misión…
Sabía que aún desde ese lugar del sur del hemisferio Sur podía con su luz ayudar a esquivar las rocas o encontrar el rumbo si alguna barca o persona lo perdiera…
Y desde ese momento, cada vez que miraba al cielo ya no hacía preguntas, sino que comenzó a agradecer cada día, cada instante la maravillosa posibilidad de ser un rayo de luz..
Se sintió feliz.. feliz… Era luz, daba luz… vivía su luz.. y el reflejo de las olas le devolvían luz…
Y su amor se transformó en luz…
Y esa luz fue la que dio sentido a su vida.