Cuando hablamos de adicciones, nos estamos refiriendo a ciertos comportamientos que ocultan desórdenes o malestares internos y los hacen desaparecer momentáneamente. De esta manera, funcionan como compensaciones, es decir, como conductas que inconscientemente adoptamos para evitar enfrentar nuestro dolor y nuestro miedo interiores. Mediante ellas intentamos proteger nuestra supervivencia agredida por traumas que arrastramos desde la niñez. El mecanismo de compensación, mediante el que tratamos de paliar el dolor, que utilizamos también a través de las adicciones, nos llevan a perder el contacto con nuestra verdadera naturaleza, con nuestra esencia genuina. Al comienzo, la adicción se nos presenta como una solución inocente, pero la seducción de sus efectos va creando una conducta reiterada y progresiva que deviene en dependencia.
Como todos sabemos, el impacto destructivo de las adicciones, tanto en la familia como en la sociedad en su conjunto, es tratado en Grupos de Autoayuda nacidos en el seno de Alcohólicos Anónimos. Pero alrededor de 1940 y al abrigo de las enseñanzas de esa comunidad se fueron consolidando otros espacios con propósitos semejantes. En ellos, familias afectadas por el alcoholismo de alguno de sus integrantes formaron grupos de autoayuda para tratar de superar sus propios sufrimientos. Así nace Al-Anon. Y son quienes utilizan por primera vez la noción de la codependencia (personas que a su vez dependían de los adictos al alcohol) y fueron creciendo en grupos de autoayuda que utilizaron a su vez, como programa de recuperación, los Doce Pasos de A.A. La preocupación por su familiar alcohólico, influía en su condición física, mental y emocional, alterada por el dolor y, por la desesperación, que los llevaba a sentir que también sus vidas se habían vuelto ingobernables.
Por entonces, el término «adicción» se asociaba con exclusividad al consumo de sustancias químicas -alcohol u otras drogas-. En la actualidad, consideramos que implica una forma de relacionarnos en y con el mundo, que nos deja atados en forma autodestructiva.
Niños adultos y Adultos niños
Hoy podríamos afirmar que en la categoría codependencia es posible incluir, por ejemplo, a las personas que desde un hogar disfuncional se sobreadaptan mediante una exigencia extrema para agradar a sus padres (a quienes sienten frágiles para ofrecer cuidado y sustento), con el fin de evitar un descontrol mayor que ponga en peligro sus vidas, y desempeñan roles adultos que sus progenitores no pueden o no quieren asumir. Para evitar un caos mayor, necesitan estar pendientes de su aprobación. Padres adictos, inmaduros, ausentes o enfermos dejan un vacío en sus hogares que intenta ser disimulado por quienes viven en ese contexto. Como consecuencia muchas personas llegan a la adultez con inmensas carencias emocionales (falta de madre o padre) que pretenden cubrir a través de la pareja, exigiendo una incondicionalidad imposible de satisfacer.
Muchas de las noticias policiales, que abundan en la actualidad, son manifestaciones patológicas de esta problemática social.
Asimismo aún en condiciones menos graves, desde la niñez recibimos un arsenal de mensajes que apuntalan nuestro futuro ser codependiente. Padres, maestros y figuras religiosas nos transmiten ciertas pautas de conducta a emular en aras de un ideal promovido y aceptado por la sociedad (e imposible de lograr). Nuestra auténtica individualidad sucumbe bajo la presión de los estereotipos sociales. Las exigencias de ser o de comportarse de determinada manera, sin atender a nuestras características más genuinas, nos provocan miedo a ser abandonados o rechazados si no logramos satisfacer esas expectativas. Nos angustiamos y, para protegernos, ocultamos nuestra autenticidad y tratamos de complacer para ganar la aceptación de nuestros progenitores y de otras figuras de autoridad. Sin darnos cuenta, sembramos las semillas de nuestra personalidad codependiente y aumentamos las características adictivas vigentes en la cultura. Ese cúmulo de ansiedades reprimidas, vivenciadas por tantos individuos, encuentra en la oferta de las adicciones una manera inmediata de calmar la angustia. Lo quiero ya y el arreglo fácil son los facilitadores habituales.
Antecedentes históricos y literarios
Si nos remontamos al pasado, observaremos que tanto la literatura como la historia y hasta la mitología dan cuenta de este tipo de vínculos y de estas conductas. Amores turbulentos, amores trágicos, amores imposibles y románticos, amores soñados, amores traicionados, amores eternos… Amores que desagarran las raíces del ser, desde el éxtasis hasta la misma muerte. Como muestra: Romeo y Julieta.
Mirar de frente nuestra realidad emocional
A su vez, consideramos que existen muy diversos grados de codependencia, y que estas diferencias se corresponden con las características y la complejidad de que estamos hechos.
Entendemos que la codependencia es una adicción particular referida a los vínculos interpersonales. Es una necesidad de funcionar atado, prendido a otro, literalmente colgado de otro. Dentro de esta necesidad, no se admite la posibilidad de estar solo ni de asumir riesgos, aunque todavía no se haya podido concretar una relación. La fantasía que se asocia a la idea de quedarse solo es de indefensión, de incapacidad de ser o de subsistir.
El codependiente está en una permanente búsqueda de felicidad fuera de sí mismo; siente que su bienestar solo puede provenir de su relación con otro. No se cree capaz de cuidarse a sí mismo y suele permanecer atrapado en una relación disfuncional hasta que logra reemplazarla por otra, también disfuncional. Sus preocupaciones giran con exclusividad en torno a los sentimientos, a las emociones, a los deseos y a las necesidades del otro. Estas creencias resultan tan categóricas que legitiman malos tratos mutuos y desórdenes en la relación, y llegan a naturalizar el caos. Su incapacidad para permitir que sus pensamientos y sus sentimientos sean los que gobiernen su vida hace que el codependiente se enrede en relaciones abusivas.
Es significativo el sentimiento de baja autoestima que subyace a estos abusos. Crítico en exceso con todos los aspectos de su vida, el codependiente siente que no merece nada mejor. La sensación de inadecuación, de inseguridad, la vergüenza de sí mismo, el temor al rechazo y la falta de confianza en sus decisiones y en sus elecciones lo llevan a someterse y a permanecer en un infierno de abusos.
La codependencia es una forma de infelicidad, una vivencia sostenida de la desdicha que niega toda posibilidad de cambio y toda esperanza de derecho a una vida digna. Sin lugar para sentirse obligado a preocuparse y ocuparse de otros, a cargar con las consecuencias de negligencias ajenas, a sufrir en silencio por ellas y a una permanente vigilia controladora por temor a que el frágil equilibrio que lo rodea se quiebre irremediablemente.
Relaciones Codependientes
En una relación codependiente, cada miembro puede situarse en uno de dos extremos: o bien asumir una desmesurada preocupación y responsabilidad por los pensamientos, sentimientos o acciones de otra persona, o bien, revelar una excesiva falta de compromiso. Y el modo habitual se expresa mediante un par polar: el que persigue y el que se siente perseguido. Pero tiene un rasgo muy interesante, cuando el que persigue abandona, el que huía comienza a perseguir para impedir que «el vínculo insatisfactorio se destruya». Estas dos modalidades de interactuar en la pareja representa en ambos casos a la codependencia: en ambos casos hay un otro más importante que el propio individuo, ya sea para «alcanzarlo» o para «escapar de él/ella».
Otra característica bien significativa es la noción de «disparidad», los miembros del vínculo no son pares. Uno ostenta el poder y el otro se somete. Y esto ocurre en «las mejores familias» porque no aprendimos el respeto por el ser sagrado que somos cada uno de los seres humanos.
A nuestro entender, las relaciones que formamos son exactamente las adecuadas. ¿Qué significa esto? Que decir «siempre me encuentro con la persona equivocada» es una falacia. Atraemos, justamente, la situación necesaria para elaborar las problemáticas que acarreamos a lo largo de años, para recrear el conflicto y tener una nueva oportunidad de elaborarlo y trascenderlo, pudiendo liberarnos de un lastre muy viejo. Pero es cierto: hace falta valentía para aprender a mirar nuestra responsabilidad en la situación y dejar de proyectar la culpa en la pareja. Cuando creamos nuestra propia noción de «centro», lo que hace el otro no nos modifica la vida. Todos estamos representados de una o de otra manera en esta modalidad vincular.
«No estamos aquí para sanar nuestras enfermedades, sino para que nuestras enfermedades nos sanen» – Carl Jung.
Debemos llamar a las cosas por su nombre, encontrarnos con eso que nos desagrada, permite conocernos y proyectarnos de un modo diferente.
Es posible tener esperanza; en la medida que se puede enunciar la insatisfacción, en que se puede escuchar historias muy semejantes y resonar, también se descubren las particularidades únicas que cada ser humano tiene y debe desarrollar.
Si el número de personas que aborda esta problemática con honestidad, humildad y transparencia (por supuesto en el contexto adecuado), es cada día más abundante, podemos vislumbrar una Nueva Comunidad Humana con vínculos saludables basados en el respeto, el intercambio responsable y el amor.
por Lic. Inés Olivero y Dra. Mónica Pucheu